Cuentacuentos #1

En la imagen vemos un sendero recto que está rodeado por un bosque muy espeso. La luz es escasa y hay un poco de niebla.

El título del relato es: "Caperucita roja".

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[Nota fija]→ ¡Hola! Hoy te presento una sección nueva, se titula Cuentacuentos y en ella te presentaré una reinterpretación personal de cuentos e historias más que conocidas. Es un recurso llamado plagio creativo. ¡Espero que disfrutes!

• Historia: Caperucita roja.
Puedes leer el cuento clásico en este enlace.

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ÉRASE UNA vez… No, espera, puedo empezar mejor, lo sé, dame una oportunidad. Vale… a ver esto… No, mejor… ¡Mierda, no se me ocurre otro inicio! Bueno, pues a joderse y a aguantarse. Érase una vez, en un bosque más espeso que un chocolate caliente, una niña paseaba por un sendero rodeado de árboles tan altos que impedían que el sol alumbrara el camino como es debido. La niña vestía una sudadera roja con la capucha puesta sobre su cabeza rubia, unos tejanos rotos por las rodillas y unas deportivas que ya empezaban a suplicar una jubilación. Tenía el brazo derecho doblado en una «L» y de la articulación colgaba el asa de una cesta de mimbre cubierta por un trapo de tela a cuadros blanquirrojos. La cría saltaba alegre mientras cantaba con una voz terrible que no había sido diseñada para afinar notas:
    —¡Vente, vasila un poquito, que aunque yo m’haga el loquito m’encanta y lo sabe’!
    Los pájaros posados en las ramas de los árboles volaron despavoridos, los búhos ululaban como diciendo: «¡¿Por qué no te callas?!», y algún depredador pensó en buscar a un cazador furtivo, arrebatarle el rifle y volarse los sesos para no seguir escuchando esa voz.
    —¡Y si está loca, loquita mía, yo sé quién ere’ realmente y no lo q’ello’ saben!
    La chica escuchó un ruido: una rama seca partiéndose en algún punto cercano a su derecha. Se detuvo, prestó mucha atención a su alrededor y, al no ver nada, se encogió de hombros y siguió su camino.
    —¡Esa mami me tiene loco, ya casi no cojo playa contando lunare’. Ahora vente donde tú ya sabe’, la veldá’ que conoselte no’ntraba en mi’ plane’!
    Otro ruido, esta vez como de sonajero, provocado por las hojas de los arbustos moviéndose y rozándose entre sí, volvió a llamar la atención de la cría. La niña se detuvo, afinó el oído y gritó:
    —¡A ver, pavo! ¡¿Quién cojone’ ere’?! ¡Sal o te reviento la boquina, mierda’!
    De entre los arbustos apareció un lobo, solo que no andaba a cuatro patas sino sobre sus dos patas traseras. Era como si un humano, años antes, se hubiera adentrado en el bosque muy borracho y hubiera tenido una noche tórrida con una también borracha loba. La loba nunca contó a sus amigos de quién era el hijo, pero el resto de lobos empezaron a sospechar al ver los andares del hijo de la Bernarda y, por supuesto, la capacidad que tenía el muy cabrito de hablar con la lengua humana.
    —No te asustes, niñita —dijo el lobo con una voz grave que uno, si le preguntasen en la intimidad, podría asegurar que le pegaba mucho.
    —¿Asustarme de qué, pavo? Yo no m’asusto de ná. Pero no me gusta que me sigan, ¿sabe’? Porque hay muncho desbravao suelto.
    —Creo que quieres decir «depravado».
    —¡Quiero decir «mi coño moreno»! No te joe el pavo este. ¿Y tú quién carajo’ ere’, cabesa?
    —Mi nombre es Beowolf y soy un lobo.
    —Pos no m’había encontrao yo con un lobo que hablase, cabesa. ¿Tú por qué sabe habla’?
    —Mi madre se enamoró perdidamente de uno de tu especie y bueno, creo que es cosa de la evolución o algo así. ¿Y tú por qué no sabes hablar?
    —¡Pos claro que sé habla’, figura!
    —Ok, lo que tú digas. ¿Dónde vas? Este bosque es peligroso, hay escondidos entre sus árboles todo tipo de amenazas: duendes, orcos, testigos de Jehová…
    —Pos tengo que ir a casa de mi agüela, que está mu enferma.
    —Ah, ¿y le llevas comida en esa cesta de mimbre?
    —¡¿Pero qué dise, acarajotao?! Esta cesta se la he mangao yo a una panoli que m’encontrao en el río, se estaba lavando el chichi y he aprovechao. Tiene pastel de maría, huele q’alimenta. ¿Quieres, pavo?
    —No, gracias. No está bien robar.
    —¡Ni istí biin ribir! M’estás achinando, ¿eh? Te voy a dar ajín en to el hocico.
    —No hace falta ser tan agresiva. Entonces, si no le llevas nada a tu abuelita enferma, ¿por qué vas a verla?
    —Pos pa que me de cincuenta pavos, pavo, que el Richar m’ha invitao a una rave mañana y estoy pelá.
    —¿Por qué no se lo pides a tus padres?
    —¡Pfff! Pos ya se lo he pedío, ¿qué te crees, pavo, que soy tonta? Pero dicen que no me lo dan, los hijos de puta. Pero vamo’ que a mí me suda el coño, yo me voy de rave con mi chico y ya’stá.
    —Es curioso.
    —¿El qué, cabesa?
    —Que en la evolución se supone que tú estás por encima mío, que dentro de unos años podrás votar en unas elecciones y elegir quién te gobierna, mientras yo tengo que joderme, lamerme mis partes, cazar para alimentarme y perseguirme el rabo.
    La niña empezó a reírse a carcajadas, señalando al lobo.
    —¿De qué te ríes ahora?
    —¡Has dicho «rabo»!
    El lobo puso los ojos en blanco, miró a su alrededor y tomó una decisión: si la selección natural no hacía su trabajo con esa niña, él mismo lo haría. Saltó sobre ella, arrugando el hozico y enseñando los dientes, le dio un bocado en el cuello, desgarró piel y músculos y dejó que la sangre le inundara la boca. Lanzó un aullido al aire y arrastró el cadáver de aquella cría hacia la espesura del bosque para comérsela y librar al mundo de su carga.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pavo.



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