

El cielo empezó a teñirse de colores cálidos, haciendo que pareciera una ensalada de frutos rojos, o quizá solo un plato de sandía a tacos, con semillas. El rojo de la pulpa era el cielo, el negro de las semillas una bandada de pájaros cuya silueta se recortaba a contraluz. Las nubes eran algodón de azúcar en aquel plato que alguien, presumiblemente un ente superior, había improvisado tras un ataque severo de gula. No había blanco, pero solo porque al ente superior se le había terminado la mayonesa y no le apetecía bajar al súper en zapatillas.
Hubo un suspiro, así que olvidaremos un momento el paisaje bucólico, y nos dejaremos llevar por nuestro instinto de cotillas para ver qué ocurrió en este lío de pasado y presente en el que os estoy metiendo.
El suspiro no era más que eso, un suspiro, con todo lo que ello conlleva y, a la vez, con lo poco que ello conlleva. La boca encargada de lanzar el sonido pertenecía a Burrianakejenun’huug, a la que llamaremos «La del suspiro» porque no hay forma humana de que vuelva a decir ese nombre.
—¿Qué te ocurre, La del suspiro? —preguntó una joven de piel azul y orejas puntiagudas a La del suspiro.
—Nada, Nuni, que me tengo que ir de aquí.
La del suspiro se echó a llorar. Estaba sentada en el suelo, con los brazos cruzados sobre las rodillas, a la altura de su barbilla. Hundió la cara entre los brazos y dejó que las lágrimas salieran, acompañadas de un sonido aspirado que parecía el rebuznar de un burro con problemas de sinusitis.
—¡¿Irte?! ¿De qué estás hablando, La del suspiro?!
—¡Lo que oyes! Mi padre se ha casado con el rey demonio y me toca mudarme al infierno.
—¡Al infierno!
—Al infierno. Y eso no es lo peor, lo peor es que el rey demonio ya debe estar planeando que yo me convierta en la princesa demonio, y querrá adiestrarme para que, cuando él muera, por algún exorcismo mal llevado, o por comer demasiadas guindillas, yo ocupe su lugar en el trono y me convierta en la máxima autoridad del mal.
—¡¿Tú?! Pero si tú no eres capaz de hacer nada malo, La del suspiro. Si ni siquiera usas más papel higiénico del necesario cuando vas a un baño público, y cuando ves a una anciana robando un banco la ayudas a llevar el saco lleno de doblones de oro. ¡Tú no puedes ser la máxima autoridad del mal, La del suspiro!
—¡Pues ya ves, Nuni! Si no tuviera que irme… ¡pero a ver cómo le digo a mi padre que me quedo aquí!
—Puedes matarlo.
—¡Hala, hala! No nos pasemos. ¿Estamos locas? Yo no sé matar. Es que no fui capaz ni de matar a aquella hormiga que se chocó conmigo en el metro y no se disculpó.
—Era una hormiga de dos metros…
—Pero igualmente… yo no puedo matar a mi padre. Además, si matara a mi padre, el rey demonio tendría más razones para querer convertirme en su sucesora.
—Ahí tienes razón, La del suspiro, y cuando tienes razón hay que dártela. Pues a ver… déjame pensar… ¿y si te mudas con tu madre?
—¿Con esa bruja?
Cabe destacar que, en este caso, La del suspiro no se refiere a que su madre fuera un poco cabrona, sino a que era una bruja cien por cien real. Algo así como Maléfica, pero la del cuento, no la de la película de Angelina Jolie.
—Ya, es verdad, no me acordaba de que era bruja.
—Es que para irme con esa, me voy al infierno, total, viviendo con mi madre acabaría condenada…
—Ay, pues no sé, chica. No se me ocurre cómo ayudarte.
—No te preocupes, Nuni. Supongo que no me queda otra.
—¡Ya lo tengo! Podrías irte al infierno y empezar a hacer cosas buenas allí.
La del suspiro miró a Nuni. La cara de la primera parecía un meme al que ponerle el texto: Tell me more….
—Claro, tú te mudas allí, y empiezas a darle masajes a las almas condenadas, pones flores por todas partes, pones ambientadores de esos que se disparan solos cada pocos minutos, y dices mucho «por favor» y «gracias». En menos que canta un gallo te echarán de allí a patadas por ser tan pánfila.
—No es mala idea, Nuni… ¡Gracias!
Años más tarde, La del suspiro se había convertido en una anciana amargada en un infierno lleno de flores, con olor a ambientador al aroma de «ropa limpia» y llena de almas masajeadas y bien educadas. El rey demonio había valorado muy favorablemente la predisposición de su hijastra a hacer del infierno un lugar mejor, y había dicho en un discurso: «Al principio, cuando me casé con su padre, pensé en ofrecerle a La del suspiro que se quedara en el mundo humano, con todos los gastos pagados, porque pensaba que el infierno no era un lugar apropiado para ella. Pero al ver la ilusión y las ganas que mostraba por estar aquí y convertirse en mi hija, decidí que se quedara. ¡Un brindis por mi hija, la futura heredera del trono infernal!». Así que, si podemos aprender una lección de esta historia sería la siguiente: no pongáis nombres raros y largos a vuestras hijas/os, porque luego no hay quien los pronuncie. ■
Hubo un suspiro, así que olvidaremos un momento el paisaje bucólico, y nos dejaremos llevar por nuestro instinto de cotillas para ver qué ocurrió en este lío de pasado y presente en el que os estoy metiendo.
El suspiro no era más que eso, un suspiro, con todo lo que ello conlleva y, a la vez, con lo poco que ello conlleva. La boca encargada de lanzar el sonido pertenecía a Burrianakejenun’huug, a la que llamaremos «La del suspiro» porque no hay forma humana de que vuelva a decir ese nombre.
—¿Qué te ocurre, La del suspiro? —preguntó una joven de piel azul y orejas puntiagudas a La del suspiro.
—Nada, Nuni, que me tengo que ir de aquí.
La del suspiro se echó a llorar. Estaba sentada en el suelo, con los brazos cruzados sobre las rodillas, a la altura de su barbilla. Hundió la cara entre los brazos y dejó que las lágrimas salieran, acompañadas de un sonido aspirado que parecía el rebuznar de un burro con problemas de sinusitis.
—¡¿Irte?! ¿De qué estás hablando, La del suspiro?!
—¡Lo que oyes! Mi padre se ha casado con el rey demonio y me toca mudarme al infierno.
—¡Al infierno!
—Al infierno. Y eso no es lo peor, lo peor es que el rey demonio ya debe estar planeando que yo me convierta en la princesa demonio, y querrá adiestrarme para que, cuando él muera, por algún exorcismo mal llevado, o por comer demasiadas guindillas, yo ocupe su lugar en el trono y me convierta en la máxima autoridad del mal.
—¡¿Tú?! Pero si tú no eres capaz de hacer nada malo, La del suspiro. Si ni siquiera usas más papel higiénico del necesario cuando vas a un baño público, y cuando ves a una anciana robando un banco la ayudas a llevar el saco lleno de doblones de oro. ¡Tú no puedes ser la máxima autoridad del mal, La del suspiro!
—¡Pues ya ves, Nuni! Si no tuviera que irme… ¡pero a ver cómo le digo a mi padre que me quedo aquí!
—Puedes matarlo.
—¡Hala, hala! No nos pasemos. ¿Estamos locas? Yo no sé matar. Es que no fui capaz ni de matar a aquella hormiga que se chocó conmigo en el metro y no se disculpó.
—Era una hormiga de dos metros…
—Pero igualmente… yo no puedo matar a mi padre. Además, si matara a mi padre, el rey demonio tendría más razones para querer convertirme en su sucesora.
—Ahí tienes razón, La del suspiro, y cuando tienes razón hay que dártela. Pues a ver… déjame pensar… ¿y si te mudas con tu madre?
—¿Con esa bruja?
Cabe destacar que, en este caso, La del suspiro no se refiere a que su madre fuera un poco cabrona, sino a que era una bruja cien por cien real. Algo así como Maléfica, pero la del cuento, no la de la película de Angelina Jolie.
—Ya, es verdad, no me acordaba de que era bruja.
—Es que para irme con esa, me voy al infierno, total, viviendo con mi madre acabaría condenada…
—Ay, pues no sé, chica. No se me ocurre cómo ayudarte.
—No te preocupes, Nuni. Supongo que no me queda otra.
—¡Ya lo tengo! Podrías irte al infierno y empezar a hacer cosas buenas allí.
La del suspiro miró a Nuni. La cara de la primera parecía un meme al que ponerle el texto: Tell me more….
—Claro, tú te mudas allí, y empiezas a darle masajes a las almas condenadas, pones flores por todas partes, pones ambientadores de esos que se disparan solos cada pocos minutos, y dices mucho «por favor» y «gracias». En menos que canta un gallo te echarán de allí a patadas por ser tan pánfila.
—No es mala idea, Nuni… ¡Gracias!
Años más tarde, La del suspiro se había convertido en una anciana amargada en un infierno lleno de flores, con olor a ambientador al aroma de «ropa limpia» y llena de almas masajeadas y bien educadas. El rey demonio había valorado muy favorablemente la predisposición de su hijastra a hacer del infierno un lugar mejor, y había dicho en un discurso: «Al principio, cuando me casé con su padre, pensé en ofrecerle a La del suspiro que se quedara en el mundo humano, con todos los gastos pagados, porque pensaba que el infierno no era un lugar apropiado para ella. Pero al ver la ilusión y las ganas que mostraba por estar aquí y convertirse en mi hija, decidí que se quedara. ¡Un brindis por mi hija, la futura heredera del trono infernal!». Así que, si podemos aprender una lección de esta historia sería la siguiente: no pongáis nombres raros y largos a vuestras hijas/os, porque luego no hay quien los pronuncie. ■