Microficción #169

cenefa2

—¡Callate, Servan! —dijo la joven dándole un codazo al muchacho que le acompañaba—. ¡Conseguirás despertar a los muertos!
    —No seas inocente, Goeta, los muertos no se despiertan así como así. Son tan vagos que llevan toda la eternidad atrasando la alarma del despertador «cinco minutos más».
    —Aún así, no es necesario ser tan escandaloso. ¿No decías que no querías ser pescadero como tu padre? Pues no grites como uno.
    —Vete a la mierda, eso ha sido un golpe bajo.
    Goeta era una chica de unos dieciocho años para diecinueve —como dicen los jóvenes de hoy en día—, tenía la cabeza afeitada, los ojos castaños con pestañas espesas, la cara ancha, con mejillas sonrosadas e hinchadas y una nariz menuda y respingona. Los labios eran finos y rosas, cortados por el frío del invierno. Llevaba ropas holgadas, de lino negro, era corpulenta y no demasiado alta. Servan era más bajito que ella, delgado, con unos pelos que empezaban a asomar tímidos sobre su labio inferior y en la barbilla. Tenía el pelo seco, enmarañado y de color naranja, sus ojos eran azules y tenía la cara minada de pecas. Parecía el actor ideal para hacer un live-action de Peter Pan. Servan vestía pantalón de chandal negro, con franja plateada en el exterior de las piernas, no calzaba calcetines dentro de las bambas de marca, y la parte de arriba estaba cubierta por una camiseta de esas que te cobran a precio de oro a pesar de que vas a ir por la calle haciendo publicidad de una marca que no te va a dar ni un céntimo.
    —¡Eh, mira ahí, Servan! —dijo Goeta parándose en seco en medio del bosque y dándole un manotazo en el pecho a su amigo.
    —¡Auch, eso pica, Goeta! ¡Woa! ¿Qué es eso?
    Servan salió corriendo, seguido de Goeta. En el suelo, sobre la hojarasca, había una calavera y otros huesos que ninguno de los dos chavales podía reconocer. No porque fueran raros, sino porque el nivel educativo actual no es el que era.
    —¡Woa! Goeta, es un esqueleto.
    —¿Qué estará haciendo ahí?
    —Evidentemente está descansando.
    —Menuda estupidez. Ni siquiera está vivo.
    —¡Claro que lo está!
    —Es imposible —Goeta no se refería a que un esqueleto no pudiera estar vivo, habían pruebas que apuntaban lo contrario, Goeta se refería a que de haber estado vivo en algun momento, ese esqueleto estaba más que muerto, por sus huesos esparcidos por el suelo—. Ha sido descuartizado.
    —¡Woa, es verdad! ¿Quién ha podido hacer algo así?
    —Un perro descuartizador, o un hombre lobo descuartizador, o un descuartizador descuartizador.
    —¿Te imaginas que hay un descuartizador descuartizador en este bosque, Goeta?
    —¡Ja! Si intentas asustarme te diré que es inútil, acabarás asustándote tú antes de que yo me inmute. Ya sabes que yo no puedo sentir miedo, y siempre acabas provocándote pesadillas a ti mismo.
    —Eres muy rara, Goeta.
    —Por eso me quieres.
    Sonó un chasquido en el bosque que pareció como si alguien partiera un bastoncillo de pan.
    —¿Qué ha sido eso? —preguntó Servan.
    —No sé, ha sonado como si alguien partiera un bastoncillo de pan…
    —Menuda tontería.
    Goeta se giró para explicarle a su amigo por qué no era una tontería lo que acababa de decir, pero de entre los árboles salió una mujer vestida con levita negra, pantalones negros, botas de caña alta negras, y guantes blancos, por darle un toque de luz al atuendo. Miró a los jóvenes mientras masticaba algo que crujía. Alzó la mano derecha, armada con lo que parecía un… ¡bastoncillo de pan! Y le dio un bocado.
    —Esos huesos son míos, mocosos —dijo la mujer con una voz cuya nota de la escala musical era el re-sentimiento.
    —¿Estos de aquí? —preguntó Goeta.
    —Sí, claro, son los únicos huesos que hay por aquí. Los he limpiado yo, estaban muy mal adheridos a un cuerpo humano.
    —¿Eres una descuartizadora descuartizadora?
    —¿Qué otra cosa iba a ser? Venga, largo de aquí, insectos, u os descuartizaré descuartizaré.
    —Si nos das a elegir… —empezó Goeta con mucha precaución—… elegimos largarnos.
    —Pues hale, fuera. Ah —añadió cuando los jóvenes ya habían empezado a correr, haciendo que se giraran para preguntar al unísono «¿sí?»—, por cierto: ¿no le diréis a nadie que rondo por este bosque?
    —¡Claro que no!
    —Pinky promise?
    —¿Eh?
    —¿Que si me lo prometéis?
    —Ah, claro, claro, pinqui promis de ese.
    Goeta y Servan se miraron desconcertados y luego, como si alguien hubiera disparado una pistola al aire para indicar el inicio de una carrera, ambos salieron corriendo, esquivando ramas en horizontal a la altura de sus caras, troncos tirados por el suelo y otras cosas que no merecen la pena mencionar pero que, oye, hay que esquivar. Se alejaron sin mirar atrás, para no incomodar a la descuartizadora descuartizadora, hay que ser empáticos en esta vida.

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