Microficción #167

cenefa2

i destino está escrito desde la cuna, desde que sobreviví al ataque del Que-no-me-acuerdo-de-su-nombre-pero-lo-tengo-en-la-punta-de-la-lengua. El Que-no-me-acuerdo-de-su-nombre-pero-lo-tengo-en-la-punta-de-la-lengua es el malo malísimo de mi mundo, un mundo de magia, conspiraciones, y muchas pelis de sobremesa.
    Una noche se coló en mi casa, mientras mis padres se iban con mi hermano Bruce al teatro y de cuya velada no regresaron porque alguien les disparó, cosa que hizo que a mi hermano se le fuera un poco la pinza, comenzara a vestirse de negro, con mayas y los calzoncillos por fuera y empezara a saltar de noche por las azoteas al grito de «¡Miradme soy el Murciégaloman!». El caso es que El Que-no-me-acuerdo-de-su-nombre-pero-lo-tengo-en-la-punta-de-la-lengua se metió en mi casa mientras yo estaba en la cuna, protegida por mi babysitter, que es básicamente una canguro pero más cool, y se sacó la varita. Lo de la varita es literal, no es que fuera un exalumno de la Escuela de Obispos Para Jóvenes Pederastas, no, él era mago, hechicero, brujo, un hijo de perra de tres pares. Cogió la varita y me lanzó un hechizo ultramegarequete chungo que debería haberme matado. Por suerte no morí. Digo por suerte porque es una suerte que el malo malísimo de mi mundo sea completamente imbécil y esa noche, que había bebido varias jarras de cerveza de sobrasada, cogiera la varita del revés y el hechizo se lo echara a sí mismo. El Que-no-me-acuerdo-de-su-nombre-pero-lo-tengo-en-la-punta-de-la-lengua desapareció y yo crecí siendo conocida como La-niña-que-sobrevivió-al-gilipollas-ese. Me hice famosa, gané mucho dinero y me hicieron entrevistas en varios sitios. Al principio no tenían mucho sentido, porque cuando me preguntaban cosas como: «¿Sentiste miedo al verte frente a frente con el Que-no-me-acuerdo-de-su-nombre-pero-lo-tengo-en-la-punta-de-la-lengua?» o: «¿En algún momento tuviste tentaciones de avisarle de que tenía mal cogida la varita?», yo solo podía responder: «gugu-gaga», que en el idioma bebé viene a ser: «Me alegra que me hagas esta pregunta…».
    Fueron varios años de fama, me hice una mansión, y fundé un centro de ayuda a enfermos mentalmente idiotas, de la que hice miembro vitalicio a mi hermano Bruce A.K.A. Murciégaloman y sus amigos: Superhombre también conocido como Tíodeputamadre, La mujer maravillada, cuyo poder principal era asombrarse hasta por la cosa más tonta, y El Rubén, un chaval que acompañaba siempre a mi hermano y que solía sostenerle la varita. Y no, mi hermano no era mago.
    Ahora el Que-no-me-acuerdo-de-su-nombre-pero-lo-tengo-en-la-punta-de-la-lengua, ha vuelto y amenaza con demandarme si no le doy su parte de las ganancias de todos estos años. Me reclama derechos de imagen, ¡después de intentar matarme siendo una bebé ultracuqui! En fin… esta es mi vida, ha sido así y así será, porque hasta que me muera seré conocida como La-niña-que-sobrevivió-al-gilipollas-ese. Da igual que cumpla noventa años la semana que viene y que tenga las tetas tan caídas que pueda saber si el suelo está frío solo con los pezones. Hay que joderse…

6 comentarios en “Microficción #167

    • ¡Hola! Lo primero de todo, gracias por leerme y comentarme, me encanta que lo hagáis. Me alegra que te haya gustado. Con respecto a la errata que me comentas, he revisado el texto tres veces y no consigo encontrarla. Sí que he visto «hechio» en vez de «hechizo», pero el «varia» en vez de «varita» no. Jajajaja, estoy cegato.

¡Coméntame o morirá un gaticornio!

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