

na bata de hospital, abierta por detrás, con la que es muy difícil mantener la dignidad intacta. Eso es lo que llevo puesto ahora mismo.
—Señora… Gurin, ¿verdad?
Ese que habla intentando transmitir seguridad es el médico que me va a atender. Tiene perilla, pero juraría que ese vello facial es el primero que crece en la cara con el cutis más fino que he visto en mucho tiempo. Seguramente acaba de salir de la facultad y quién sabe si soy su primera paciente. Tiene una voz suave, agradable. Vocaliza bien, aunque da la impresión de que se esfuerza demasiado. Es alto, delgado, con el pelo castaño y los ojos verdes. Las manos las tiene suave, como si lo más duro que hubiera hecho en su vida hubiera sido abrir la carpeta de mi historial.
—Sí, así es —respondo.
—¿Cómo se encuentra hoy, señora Gurin?
Me habla como si fuera idiota, o como si tuviera diez años. A la que ven pelo cano, arrugas y callos en los pies, se vuelven gilipollas.
—Bien, un poco cansada —es la verdad.
—Entiendo —lo dudo mucho—. ¿Por qué ha venido?
Para hablar de la influencia del cine de Akira Kurosawa en la industria moderna, no te jode.
—Me he despertado con taquicardias. No pensaba venir, pero mi nieta ha insistido hasta que no me ha quedado más remedio.
Ella está fuera, se preocupa por mí, quizá demasiado.
—Ha hecho bien en venir, señora Gurin —odio la condescendencia con la que dice mi nombre—. Veamos. ¿Ha hecho algún esfuerzo físico fuera de lo normal?
Me pregunto qué significa «fuera de lo normal» para este muchacho. Veamos… en el último mes he tenido que matar a un vampiro, a dos lamias, me han llamado para desencantar un pueblo encantado, una casa encantada y hasta a una niña encantada —y no precisamente de conocerme—, he visto morir a un amigo, luego le he visto revivir y le he tenido que cortar la cabeza, quemarlo y esparcir las cenizas en el mar para asegurarme de que no volvía a la vida, he recuperado un amuleto maldito, y he impedido que las puertas del infierno se abran de nuevo. Pero no he hecho nada «fuera de lo normal».
—No, lo de siempre —resumo con una sonrisa.
—Entiendo —por decirlo más veces no va a ser más cierto—. ¿Cuida su alimentación?
—Sí, la cuido.
Cuido que mi hamburguesa esté siempre al punto, que me pongan pepinillo, que el chili esté bien picante, que los huevos fritos tengan el borde de la clara tostado y que siempre tenga pan para mojar en la yema.
—¿Toma medicación?
—No.
Miento, pero dudo que vea con buenos ojos que tome pociones para aumentar mis sentidos y mis poderes.
—Entiendo —mejor me abstengo de comentar—… voy a tomarle la tensión, ¿vale?
¿Si le digo que no, se irá a tomar por el culo?
—Vale.
Me toma la tensión, está correcta.
—Un poco alta, señora Gurin —no es cierto—. ¿Qué tal duerme?
Depende de si me despierto con taquicardias o no.
—Generalmente bien.
—Entiendo —…—. No veo nada raro, a parte de la tensión alta —no es cierto, la tensión está bien—. Le voy a recomendar que se tome las cosas con más calma —y pensar que este idiota se graduó… ¿cómo serán los que suspendieron?—, recuerde que ya no es tan joven.
Tu puta madre, niñato. Aún estaré aquí, luchando contra las fuerzas del mal, cuando tú estés babeando en una silla de ruedas y el personal del asilo en el que tus hijos te hayan metido te tenga que cambiar el pañal.
—Tomo nota, doctor. Muchas gracias.
—¿Tiene alguna pregunta más?
¿Cómo puede ser que fueras el espermatozoide más rápido?
—No, doctor, gracias.
—Perfecto, señora Gurin. Tenga cuidado y no nos dé más sustos.
—Lo intentaré doctor —subnormal—, gracias por su tiempo. ■
—Señora… Gurin, ¿verdad?
Ese que habla intentando transmitir seguridad es el médico que me va a atender. Tiene perilla, pero juraría que ese vello facial es el primero que crece en la cara con el cutis más fino que he visto en mucho tiempo. Seguramente acaba de salir de la facultad y quién sabe si soy su primera paciente. Tiene una voz suave, agradable. Vocaliza bien, aunque da la impresión de que se esfuerza demasiado. Es alto, delgado, con el pelo castaño y los ojos verdes. Las manos las tiene suave, como si lo más duro que hubiera hecho en su vida hubiera sido abrir la carpeta de mi historial.
—Sí, así es —respondo.
—¿Cómo se encuentra hoy, señora Gurin?
Me habla como si fuera idiota, o como si tuviera diez años. A la que ven pelo cano, arrugas y callos en los pies, se vuelven gilipollas.
—Bien, un poco cansada —es la verdad.
—Entiendo —lo dudo mucho—. ¿Por qué ha venido?
Para hablar de la influencia del cine de Akira Kurosawa en la industria moderna, no te jode.
—Me he despertado con taquicardias. No pensaba venir, pero mi nieta ha insistido hasta que no me ha quedado más remedio.
Ella está fuera, se preocupa por mí, quizá demasiado.
—Ha hecho bien en venir, señora Gurin —odio la condescendencia con la que dice mi nombre—. Veamos. ¿Ha hecho algún esfuerzo físico fuera de lo normal?
Me pregunto qué significa «fuera de lo normal» para este muchacho. Veamos… en el último mes he tenido que matar a un vampiro, a dos lamias, me han llamado para desencantar un pueblo encantado, una casa encantada y hasta a una niña encantada —y no precisamente de conocerme—, he visto morir a un amigo, luego le he visto revivir y le he tenido que cortar la cabeza, quemarlo y esparcir las cenizas en el mar para asegurarme de que no volvía a la vida, he recuperado un amuleto maldito, y he impedido que las puertas del infierno se abran de nuevo. Pero no he hecho nada «fuera de lo normal».
—No, lo de siempre —resumo con una sonrisa.
—Entiendo —por decirlo más veces no va a ser más cierto—. ¿Cuida su alimentación?
—Sí, la cuido.
Cuido que mi hamburguesa esté siempre al punto, que me pongan pepinillo, que el chili esté bien picante, que los huevos fritos tengan el borde de la clara tostado y que siempre tenga pan para mojar en la yema.
—¿Toma medicación?
—No.
Miento, pero dudo que vea con buenos ojos que tome pociones para aumentar mis sentidos y mis poderes.
—Entiendo —mejor me abstengo de comentar—… voy a tomarle la tensión, ¿vale?
¿Si le digo que no, se irá a tomar por el culo?
—Vale.
Me toma la tensión, está correcta.
—Un poco alta, señora Gurin —no es cierto—. ¿Qué tal duerme?
Depende de si me despierto con taquicardias o no.
—Generalmente bien.
—Entiendo —…—. No veo nada raro, a parte de la tensión alta —no es cierto, la tensión está bien—. Le voy a recomendar que se tome las cosas con más calma —y pensar que este idiota se graduó… ¿cómo serán los que suspendieron?—, recuerde que ya no es tan joven.
Tu puta madre, niñato. Aún estaré aquí, luchando contra las fuerzas del mal, cuando tú estés babeando en una silla de ruedas y el personal del asilo en el que tus hijos te hayan metido te tenga que cambiar el pañal.
—Tomo nota, doctor. Muchas gracias.
—¿Tiene alguna pregunta más?
¿Cómo puede ser que fueras el espermatozoide más rápido?
—No, doctor, gracias.
—Perfecto, señora Gurin. Tenga cuidado y no nos dé más sustos.
—Lo intentaré doctor —subnormal—, gracias por su tiempo. ■
© M. Floser.
Hola! La señora Gurin es una joyita. Gracias por compartir.