Microficcion #141

•CASANDRA•

Me preguntan muy a menudo quién es casandra. Quizá porque su nombre está en boca de todos los ciudadanos a este lado del globo. Casandra nació como nacen todas las criaturas dignas de ser mencionadas por tanta gente distinta. Recordemos que su nombre es pronunciado por los trinios y los saricios, por los márpatos y por los liranos. No importan las guerras, ni las diferencias culturales, no importa el número de dedos en cada mano, ni la cantidad de ojos que cada uno disponga. Casandra es madre de todas las especies, de todas las razas y, en general, de todas las cosas. El cuchillo con el que la niña corta el bistec, es también hijo de Casandra y el bistec mismo es hijo de Casandra, solo que este hijo ha sido cocinado en su punto.
    Si tienes una duda reza a Casandra y, aunque es muy probable que no te responda, tú te sentirás mucho mejor. Casandra es la sabiduría misma, su ojo lo ve todo —porque no sé si sabes que Casandra solo tiene un ojo, aunque es realmente bonito—. ¿Que cómo nació? Es cierto que te lo iba a contar. Casandra nació de la explosión de un planeta lejano. De una supernova, del polvo estelar que dejó el cataclismo.
    Yo de ti no repetiría eso en público. Aunque es cierto que podríamos decir que Casandra nació de un buen polvo, como todos, no todo el mundo es tan comprensivo como yo a este lado del planeta. El castigo por blasfemar es muy doloroso: primero te desnudan, te atan a un poste y empiezan a hacerte cortes en los pezones con un escalpelo, luego, cuando los pezones quedan hechos jirones, te ponen un mecanismo de metal en la boca para impedir que la cierres y te cortan la lengua con un punzón, punzada a punzada, creando una línea discontinua de heridas, hasta que la lengua solo está unida por pequeños hilos de carne y cae por su propio peso. Haces bien en cerrar la boca y, a partir de ahora, piensa bien lo que dices de Casandra. Yo solo perdono la primera ofensa, porque todos tenemos derecho a equivocarnos y ser un poco gilipollas, pero la segunda… bueno… ahí tienes el poste, en el cajón ese del fondo guardo el escalpelo y cualquier vecino estará encantado de prestarme un punzón y uno de esos mecanismos de metal para abrirte la bocaza.

© M. Floser.

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