

Antes de bajar del coche, el hombre se puso las gafas de sol y el sombrero de ala ancha negro que dejaba su cara a salvo de la luz abrasadora y asfixiante. Era un hombre pálido, con nariz alargada, afilada, y unos dientes impolutamente blancos. Parecía que tuviera la piel satinada y tenía una cicatriz blanca en su mentón puntiagudo como una daga. Vestía una chaqueta de cuero negro sobre una camiseta del mismo color, unos tejanos y unas botas de caña alta metidas por dentro de la pernera. Llevaba un colgante a la altura del pecho, era de madera con unos símbolos extraños y exóticos. Se llevó la mano al bolsillo, apartando la chaqueta y dejando al descubierto una pistola que llevaba en la funda adherida al cinturón, cogió un paquete de tabaco y sacó un cigarro un poco para cogerlo con los labios finos y extraerlo del todo del paquete. Luego sacó una caja de cerillas, cogió una y la encendió friccionando el fósforo con la uña del dedo gordo, larga y puntiaguda. Dio una calada profunda y luego sacó el humo por la nariz.
El hombre anduvo hasta un coche viejo en medio de la nada, rodeado por un cordón policial y trasteado por una decena de miembros de la policía científica que se afanaban en buscar huellas en cada recoveco del vehículo lleno de mugre y moho.
—¿Qué tenemos, detective? —dijo el hombre cuando cruzó por debajo del cordón policial y se acercó a una mujer joven, de unos treinta años, de pelo rojo. Vestía un traje de chaqueta y pantalones de raya diplomática, con una camisa blanca. Unos zapatos planos, relucientes. A la altura de su pecho, plano, colgaba su placa.
—Buenos días, detective Delacroix —dijo ella sin girarse. No necesitaba hacerlo, reconocería la voz fría del detective en cualquier sitio—, mírelo usted mismo.
La detective señaló el maletero del coche y siguió a lo suyo. Estaba apuntando todo lo que veía en una libreta pequeña. Delacroix se dirigió al maletero, cerrado, y antes de abrirlo percibió el olor que salía de él. Asió la tapa del maletero y la levantó. El hedor salió libremente y envolvió el lugar. Algunos técnicos se mostraron incómodos, incluso aquellos que llevaban la mascarilla puesta. La mujer le miró por primera vez, sorprendida, como siempre, de que Delacroix pareciera no inmutarse con lo que estaba viendo.
Dentro del maletero habían varias decenas de cabezas, había para escoger: de hombres delgados con bigote y sin pelo, de melenudos, de niños, de mujeres, de gordos, de viejos y jóvenes. Todas tiradas de cualquier forma, mirando en direcciones distintas, con las bocas abiertas casi todas, con los ojos cerrados, con sangre seca, seguramente una mezcla de los fluidos de cada una.
Delacroix cerró el maletero, suspiró, y se dirigió a la mujer.
—¿No hay rastro de los cuerpos, Laura?
—No. Tampoco podemos concretar cuánto tiempo llevan aquí. ¿Ha visto los dientes?
—No me he fijado.
Laura suspiró, pasó delante de Delacroix y abrió el maletero. Miró al detective y le hizo una seña, invitándole a mirar. Delacroix se acercó de nuevo al maletero repleto de cabezas, miró dentro, a esos rostros sin vida, y se concentró en la boca. Miró a Laura, al bolígrafo que llevaba en la mano, se lo quitó y, con la parte trasera del mismo, levantó el labio de la cabeza de una mujer de unos cuarenta años. Sus colmillos eran demasiado largos y afilados como para ser humana. Levantó el labio de la cabeza de un niño rubio y vio sus colmillos, igual de afilados, aunque un poco más pequeños.
—Vampiros —dijo Delacroix devolviéndole el bolígrafo a Laura y cerrando de nuevo el maletero—. Hacía tiempo que no pasaba algo así… alguien está cazando vampiros.
—¿Qué vas a hacer?
—Lo que hago siempre, Laura, investigar, encontrar y cazar.
—¿Como siempre?
Hubo un silencio, Delacroix se quitó las gafas y miró a la detective con sus ojos castaños de pupila contraída.
—No exactamente como siempre, Laura —Delacroix le sonrió y, al hacerlo, sus colmillos largos y puntiagudos refulgieron como si tuvieran luz propia—, esta vez es personal. ■

© M. Floser.
Me ha encantado *^* Me gustaría leer más!
Muchas gracias. Estoy pensando en ampliarlo en mi antología de relatos fantásticos. A mí también me gusta la idea que hay en este relato.