

Se contuvo más de una vez, pero todo tiene un límite. Si le preguntasen seguramente no sabría responder por qué lo hizo. Quizá algunas personas cometan el error de pensar que estaba desequilibrado, pero la verdad es que actuó conscientemente. En aquellos acontecimientos la demencia no tuvo lugar alguno. Él, conscientemente, se levantó, sujetó la guitarra por el mástil, y golpeó con todas sus fuerzas a un hombre corpulento. Fue también, en pleno dominio de sus actos, que siguió golpeándolo una vez estuvo tendido en el suelo. Fue consciente de que la guitarra se rompió, fue consciente también de que la cabeza del hombre se rompió. Notó la sangre salpicándole la cara, notó su sabor metálico cuando algunas gotas se le metieron en la boca. Escuchaba, porque no estaba enajenado, los gritos de horror de la gente que se reunía a su alrededor. En definitiva, era consciente de que acababa de matar a un hombre y, lo peor de todo, que acababa de romper su guitarra favorita. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Siempre había odiado que la gente se pusiera a parlotear a su lado mientras él intentaba ganar unas monedas tocando en la calle. ■

© M. Floser.