

No sé cómo empezó todo, solo recuerdo un susurro que no sonó en mi oído, sino dentro de mi cabeza, en lo más profundo de mi ser, un susurro que sonaba con mi voz, o con una versión afónica y agónica de mi voz, un susurro que repetía una y otra vez «hazlo». Después de eso solo consigo recordar oscuridad: un muro negro que me impide ver qué hay al otro lado. Cuando desperté, con un sabor metálico inundándome la boca pastosa, estaba cubierta de sangre, y un calor asfixiante me acariciaba el rostro. Mi casa estaba en llamas, el techo se caía a trozos sobre los muebles que empezaban a derrumbarse como edificios demolidos.
Junto a mí, tumbado en el sofá, estaba mi marido. Jamás había visto una imagen tan desagradable como aquella: sus ojos estaban abiertos de par en par, su boca entreabierta, con un hilo de sangre cayéndole por la comisura de los labios. Su pelo estaba completamente revuelto, sus pantalones bajados hasta las rodillas, y su entrepierna llena de sangre. Su cuello, fuerte y bronceado, estaba surcado por un corte profundo que sangraba a borbotones. En la moqueta, cerca de mi mano con las uñas rotas, había un cuchillo manchado de rojo y, junto a él, el pene de mi marido descansaba sobre un charco oscuro. No sé qué pasó, solo sé que salí de la casa antes de que las llamas la redujeran a cenizas, y que ese cabrón nunca va a volver a tocarme. ■

© M. Floser.
Hola me alegro que ya estés con tus relatos otra vez. Gracias.
De nada, espero que sigas disfrutándolos. Gracias a ti por comentar.