Microficción #112

Locutor

Cenefas

—Parece que tenemos una llamada, queridos insectos —dijo la voz grave y pausada—, adelante, humano insignificante, ¿qué quieres compartir con nosotros?
    A través de los altavoces de la cabina de grabación se escuchó una segunda voz, femenina, nerviosa y furiosa.
    —¡Eres un parásito! —dijo la mujer.
    —Veo que he cometido un error, pequeños insectos, el humano insignificante ha resultado ser una humana insignificante.
    El locutor siempre se mantenía a oscuras, solo se le podían ver las manos apoyadas en la mesa. Tenía la piel de color escarlata, y las uñas largas repiqueteaban en la madera.
    —Dices que soy un parásito. ¿Podrías justificar tu aportación?
    —Te sientas ahí, en tu estudio mugroso, y te dedicas a decirnos que somos una raza inferior, nos insultas, nos pones en evidencia, y disfrutas con ello. Eres un monstruo, un despojo caído del cielo que debería pudrirse en el infierno en vez de mezclarse con la gente de bien.
    —¿Por qué tanto odio? ¿No te das cuenta de que lo que yo hago es necesario? Hago un programa de radio ameno, divertido y muy útil.
    —¿Útil? ¡¿Útil?! El mes pasado erradicaste una ciudad entera porque en ella vivía un sacerdote que practicaba exorcismos. ¡Mataste a cientos de personas!
    —En realidad fueron millones —corrigió la voz—. Mi intención era matarle solo a él, pero nadie colaboró. Las redes sociales son testigo. Pedí a todo el mundo que me dijera dónde se encontraba exactamente el sacerdote, dí un plazo de veinticuatro horas para que lo localizaran. Sabían donde estaba, y aún así me lo ocultaron.
    —¡Mataste a un sacerdote y a toda una ciudad!
    —Maté a un pedófilo y a una ciudad de traidores. Dime una cosa, humana, si alguien se dedicara a matar a tus seres queridos, ¿no querrías acabar con él? Y respóndeme a otra pregunta, por favor, ¿no lo querrías hacer aunque toda una ciudad se pusiera en tu camino? Asesiné a un hombre que, durante toda su vida, se ha dedicado a matar a mis hijos. Y lo hice pasando por encima de los cadáveres chamuscados de toda una ciudad. La única diferencia entre tú y yo, querida, es que yo puedo hacer realidad barbaridades que tú no podrías siquiera imaginar —hubo un instante de silencio—. Puedo destruir ciudades enteras, puedo sembrar el odio en las mentes de las personas más pacíficas del mundo. Puedo saber el nombre de alguien que se pone en contacto conmigo para insultarme, y puedo saber al instante dónde está escondida ella y toda su familia.
    En cuanto terminó la frase se escuchó un chasquido por los altavoces. La mujer había colgado el teléfono, asustada por la amenaza velada.
    —Es imposible tener éxito sin que a uno le acosen los haters —dijo la voz—, Sophie ha colgado el teléfono de su casa en Detroit, pensando que haciéndolo estaría a salvo de mí. No os equivoquéis, gusanos asquerosos, ella acaba de morir retorciéndose de dolor en su salón, ahogada por su propio vómito mezclado con sangre. Los próximos que llamen para insultarme correrán la misma suerte. Eso es todo por hoy, os habla Lucifer, y esto es «666 línea directa con el infierno», sed felices (mientras podáis).

© 2017 M. Floser.

4 comentarios en “Microficción #112

    • Jajajaja, muchas gracias. Si te soy sincero, según iba escribiendo pensaba «¿qué estás haciendo, Floser?» a mí me parece excesivamente surrealista, pero me alegra que te haya gustado.

¡Coméntame o morirá un gaticornio!

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.