
En el bosque

Apareció de nuevo cuando el hombre perdió la esperanza de volver a verla, cuando creyo que aquella mujer había sido un espejismo, una mala jugada de su cerebro que había imaginado a la mujer más hermosa del mundo, a una mujer inexistente con la que estaba condenado a soñar eternamente hasta volverse loco por el sufrimiento que su irrealidad le producía. Pero allí estaba, mirándole con sus hermosos ojos azules a los del hombre, indignos de su atención. La miró de arriba a abajo, como intentando capturar cada poro de su piel, temeroso de que volviera a desaparecer y esa vez su ausencia fuera irreversible. Repasó su cuello largo, fino, enloquecedor, su melena ondulada, sus labios de perdición que le llamaban y le inducían el mayor de los deseos.
La mujer alzó la mano y movió el índice para indicarle al hombre que se acercara a ella. Era un movimiento frágil pero lleno de sensualidad. Cuando él empezó a andar hacia ella, la mujer se alejó despacio sin dejar de mirarle por encima del hombro. No sonreía, y aquella expresión con la boca entreabierta estaba volviendo completamente loco al hombre, que empezaba a notar la boca seca y el corazón desbocado.
Llegaron a un claro del bosque y la mujer quedó iluminada por un rayo de luz. Su pelo se encendió con la luz, y sus ojos brillaron como piedras preciosas. Su piel era de seda.
La mujer se detuvo y dejó que él se acercara. Cuando estuvieron el uno frente al otro, la mujer alzó la mirada para poder encontrar los ojos del hombre que la superaba en tamaño, no alzó la cabeza, y aquello también le dio un toque turbadoramente sensual. La mujer se sentó en la hojarasca, él se puso de rodillas y se dejó llevar por sus deseos. Se acercó a los labios de ella que se abrieron un poco más, y los besó. Eran suaves, cálidos, y besaban con una mezcla excitante de dulzura y pasión. La rodeó con sus brazos y se rindió a aquel beso dejando que cada parte de su cuerpo se estremeciera, que su piel se erizara y su corazón amenazara con salírsele del pecho. Jamás le habían besado así.
Encontraron al hombre horas después de su desaparición, de rodillas en un claro del bosque, besando un árbol que tenía una forma extraña, como de mujer. El hombre tenía los labios sangrando y la cara en carne viva. No pudieron hacer que volviera en sí, no hasta que, poco antes de morir en el hospital psiquiátrico, veinte años después, dijo con voz débil, casi susurrada, sus últimas palabras: «te amo». ■
© 2017 M. Floser.