
Melodía

—¡Mal, repite! —dijo el hombre del sombrero de punta, negro, tras restallar el látigo de cuero que llevaba en la mano derecha, enfundada en un guante de piel sin dedos—. ¡Mal! ¡Es un maldito «do», repite! —las notas sonaron, formando una melodía mientras el niño tapaba y destapaba los agujeros de la flauta con agilidad a pesar de los dedos temblorosos—. ¡Mal! ¡¿Qué narices te pasa hoy, Servan?! ¡Repite! —Servan estaba a punto de llorar, le dolían las manos, los labios se le empezaban a secar, y cada vez temblaba más. Las notas sonaron, formando una hermosa melodía, hasta que se le resbaló la flauta y una nota aguda y discordante rompió la hermosura de la música—. ¡Mal, mal, mal, mal! ¡Eres tan inútil como lo era tu padre! ¿Pero sabes una cosa? ¡Ser así de inútil solo te perjudicará a ti! O aprendes a tocar la flauta, o no podrás encantar a los demonios. ¿Es eso lo que quieres, Servan? ¿Quieres que te acorralen los demonios en mitad de la noche y te rajen en canal? ¡No llores, maldito crío mimado! Si quieres morir igual que tu padre, bien, deja la puta flauta encima de la mesa, y desaparece de mi vista. Pero si decides aprender y sobrevivir, tendrás que poner más de tu parte. ¿Me has oído? ¡He preguntado si me has oído! Bien, entonces repite, y como te equivoques, te juro que te dejo la espalda en carne viva.
El hombre del sombrero restalló el látigo para que su amenaza se convirtiera en una promesa. ■
© 2017 M. Floser.