
Se acabó

Llegó al punto acordado, apagó el motor y se bajó de la furgoneta. El aire olía a humo, a fuego y, aunque pareciera absurdo, a muerte. Lo había conseguido, había hecho lo que prometió, no podía creerselo.
—Se acabó —dijo una voz femenina, segura, confiada y con tono de advertencia tras ella.
La chica se giró, aunque le costaba apartar la vista de aquella ciudad arrasada por el fuego, de aquella nube de humo negro espeso que se expandía y cubría todo el valle. La mujer que tenía delante era preciosa como pocas que ella hubiera visto, con el pelo rizado, largo, cayéndole por encima del hombro, dejando al descubierto un cuello largo, fino, lleno de pecas que ascendían y minaban su preciosa cara angelical, cuya dulzura se acumulaba en unos labios rojos, sin maquillar, una nariz bien cincelada, y unos ojos negros como el ónice, sin iris ni pupilas.
—No puedo creer que lo hayas conseguido —dijo la chica quitándose las gafas, dejando al descubierto unos ojos castaños que brillaban por unas lágrimas de emoción que amenazaban con bañarle las mejillas sonrojadas.
—Tenemos un trato, yo siempre cumplo mi palabra.
—Ya lo veo, estoy impresionada. ¿No quieres saber por qué quería que arrasaras la ciudad?
—Me trae sin cuidado, la verdad. Solo me importa que cumplas tu parte del trato.
—Mi alma… ¿para qué la quieres?
—Porque llevo deseándote desde la primera vez que respiraste. ■
© 2017 M. Floser.