
A sorbos

—Tranquila, bebe a sorbos, es la primera —dijo la voz desde cada rincón de la habitación oscura. La luz parecía provenir de aquella cerveza fría—. No conviene descontrolarse. No corras, no corras, te sentará mal.
La joven de pelo blanco y piel cetrina, con los ojos como la nieve recién pisada, y los labios como la manzana que envenenó a Blancanieves se limpió la espuma que le quedó debajo de la nariz. Saboreó el amargor de la cerveza y dejó que se colara por su garganta, dejándole un picor y un frescor agradable.
—¿Qué te parece? ¿Te gusta?
—Está muy buena —dijo ella, su voz adquiría, hacia el final de las palabras, un tono que parecía imitar al de la madera al partirse—, pero ¿estás seguro de que me ayudará?
—Si no bebes demasiada de golpe, si bebes a sorbos y te dosificas, puedes servirte, sí.
—¿Cuánto tiempo aguantaré?
—Un par de semanas.
La chica miró sorprendida la jarra. Se relamió los labios carnosos, y dio un buen trago.
—Tranquila, bebe despacio, a sorbos, a sorbos. No conviene abusar.
—¿Qué le has puesto a esta cerveza? —dijo ella tras contener un eructo, inflando los mofletes.
—No quieres saberlo, solo te interesa saber que con ese mejunje no matarás a más humanos para sobrevivir —hizo una pausa llena de intención—, aunque yo creo que es un desperdicio. ■
© 2017 M. Floser.