
El anillo

Los orcos los tenían rodeados. Frodo Bolsón y Sam Sagaz estaban arrodillados en el barro, con el cuerpo repleto de cortes. Los dos últimos supervivientes hobbits, contemplando las cabezas de sus compañeros ensartadas en estacas que salían del suelo de aquel campo de batalla repleto de lodo y sangre. Frodo estaba conmocionado, mirando la expresión de terror y sufrimiento de la cabeza de su amigo Gandalf, tan extraña sin el resto de su cuerpo, tan irreal. Los cuerpos decapitados se apilaban en un punto concreto, preparados para ser quemados por aquel maldito Saruman el Blanco, que no dejaba de reír mientras pateaba la cabeza de Aragorn, que acababa de caerse de su estaca.
—No te lo volveré a decir, mediano —advirtió Saruman con una voz llena de veneno—, me darás el anillo, o verás morir a tu querido Sam.
Los dos hobbits miraron fijamente a los ojos del pequeño ser que se escondía tras el brujo, aquel deforme, traidor y sucio bastardo de Gollum, que les había entregado a los orcos.
—No se lo dé, señor Frodo, ¡no importa lo que me haga! ¡No le dé el anillo!
Saruman miró a uno de los orcos, asintió y, antes de que nadie pudiera decir una sola palabra, la bestia desenvainó su espada y lanzó un corte limpio y certero sobre el cuello del hobbit. La cabeza de Sam rodó por el suelo, embarrándose, y Frodo sintió como todo su mundo se derrumbaba. ¿Qué tenía que hacer? Sam estaba muerto, todos sus amigos estaban muertos, ¿qué le importaba a él, ahora, que Sauron se hiciera con el anillo único? La Tierra Media estaba condenada, porque aquel pequeño héroe, que ahora contemplaba la expresión neutra de la cabeza de su mejor amigo, acababa de rendirse. ■
© 2017 M. Floser.
Me gusta el final alternativo y sádico. Me da la sensación de que nunca te cayeron bien ni Sam ni Frodo…
Anárion me alegra mucho que te haya gustado. Ya sabes lo mucho que me divierte reinventar finales felices.