
Jack

Siguieron su rastro, por primera vez en años estaban seguros de quién era aquella sombra, aquel asesino que había matado a tantas prostitutas en Whitechapel. Lo tenían acorralado, en una casa a las afueras de Londres, en medio de un bosque de árboles finos y largos que parecían querer apuñalar al cielo encapotado.
—¡Salga con las manos en alto, es la última vez que se lo repetimos! —dijo un agente empuñando su pistola con mano temblorosa.
Jack el Destripador no era un asesino cualquiera, no tenerle miedo habría sido estúpido.
Se escuchó un crujido, como si una rama seca se partiera a espaldas de la docena de agentes que habían acudido a aquel bosque. El oficial que había dado la orden se giró, espantado ante la idea de que el asesino se las hubiera arreglado para aparecer a su espalda, y empezó a disparar hasta que la pistola quedó descargada. Los disparos resonaban por todo el bosque, y no demasiado lejos se escuchó una bandada de pájaros huyendo de la zona.
El agente jadeó, miraba a todas partes, acompañando su mirada con el cañón de la pistola que, aunque estaba vacía, le otorgaba cierta sensación de seguridad. Los dientes le castañeaban, la mano le temblaba tanto que, aunque hubiera podido recargar el arma, no habría atinado a acertar ni a un hombre corpulento a menos de tres metros.
Un viento extraño, espeso, asfixiante, se levantó en el bosque, rodeó al agente, como si este se encontrara en el ojo de un huracán, y lo levantó por los aires con una fuerza descomunal. El hombre dio de bruces contra el tronco de un árbol, y sus compañeros consiguieron escuchar el chasquido de su cuello al romperse. Cayó sobre la hojarasca, muerto, con una expresión de espanto en el rostro.
El resto de agentes miraron el cadáver confusos, y solo desviaron sus miradas al percibir una presencia. Un hombre, elegante, vestido de negro, con un sombrero de copa, había aparecido justo en el sitio donde estaba segundos antes el policía. El extraño les daba la espalda, completamente erguido, con una mano posada en su bastón.
—Nunca podréis cogerme —dijo aquel hombre, y su voz, suave pero a la vez aguda, estalló en los oídos de los presentes, que tuvieron que llevarse las manos a la cabeza—. Nadie va a poder detenerme.
Los policías cayeron al suelo, sujetándose con fuerza los oídos, como si trataran de llegar más adentro, a sus cerebros, que amenazaban con reventar. El hombre del bastón empezó a andar, alejándose de ellos, internándose en la densidad del bosque. Uno de los agentes, con un hilo de sangre cayéndole por la nariz, apuntó con su pistola al desconocido, intentando serenarse lo suficiente como para que su mano, temblorosa, apuntara un segundo al sospechoso. Disparó, pero la bala no alcanzó su objetivo, lo traspasó, como si aquel hombre fuera una simple aparición.
El viento espeso volvió a alzarse, las hojas secas empezaron a flotar, y Jack el Destripador, el demonio de Whitechapel, se esfumó como el humo de un cigarro. ■
© 2017 M. Floser.
Soy fan de Jack! jajajaa
un abrazo!
David Orell, es una figura muy atractiva, aunque sea tan siniestro admitirlo. ¡Gracias por tu comentario!
Siniestro sí, pero un buen personaje 😎
David Orell, como yo siempre digo: «Lo Cortés no quita lo Joaquín». Jajaja
Jajajajajaj
Me ha gustado mucho esta versión fantástica de un personaje real. Me encantaría leer algo tuyo sobre Erzsébet Bathory, la Condesa Sangrienta si aceptas la petición y el reto. ¡Un abrazo!
Anárion, pues tendré que leer sobre ella, porque conozco muy poco —no me supone mucho trauma aprender algo que no sé, ya me conoces—, pero podría ser interesante, sí. Challenge accepted!