
Princesa

Desde que la vio por primera vez no ha dejado de pensar en ella. Solía esconderse en las copas de los árboles para observarla pasear por su inmenso jardín. Era tan hermosa, con una belleza tan delicada, que parecía que nadie fuera digno de posar sus ojos en aquella cría.
No tenía nada que hacer con ella, era de la realeza, la sucesora al trono y ella… ella solo era una pequeña ninfa enamorada, una diminuta criatura del bosque que había cometido el error estúpido de prendarse de una humana. Nadie podría ayudarla, solo había una forma de poder estar con aquella hermosa niña: renunciar a sus poderes, a su inmortalidad, y convertirse en humana, como el amor de su vida. Pero la princesa no sabía ni que ella existía, ¿y si al renunciar a su condición de ninfa y decirle que la amaba la ignoraba? ¿Y si no podía enamorar a aquella princesa? Era arriesgado, renunciar a todo lo que tenía, a una vida eterna, por alguien que ni siquiera la conocía. Pero, por otro lado, ¿de qué le servía a aquella ninfa una vida eterna, si se veía condenada a acudir a aquel árbol, viendo como la princesa crecía y envejecía hasta que se marchitara como una de esas flores que tanto le gustaba oler? No, no tenía sentido la inmortalidad si cada día moría de amor. Estaba decidido, pasara lo que pasara, tenía que arriesgarse a seguir los designios de su corazón. Renunciaría a sus poderes, se convertiría en una mortal, y suplicaría a los dioses del bosque que le bendijeran con el amor de aquella humana. Y si no lo conseguía… moriría algún día sabiendo que hizo todo lo posible por cumplir sus sueños. ■
© 2017 M. Floser.