
Encuentro

Una silla vacía, de madera, como la mesa sobre la que se posaban las dos tazas de té, y un anciano sentado en la segunda silla, era lo único que podía verse en la habitación cuya oscuridad se rompía con la luz de un plafón que colgaba del techo, balanceándose sobre él. Un hombre cansado de la vida, con la cara castigada por una cantidad de preocupaciones que parecían haberle perseguido desde la juventud.
La cuchara que descansaba sobre el plato de la taza frente a la silla vacía se elevó en el aire, como si pendiera firmemente de un hilo invisible, se introdujo en la taza, y empezó a dar vueltas. Luego la bolsita de té sumergida también flotó y se posó con suavidad sobre el plato, junto a la taza. El anciano miró aquellos fenómenos con incomodidad, pero a la vez, parecía no sorprenderle.
—Entonces, ¿me echabas de menos, papá? —dijo una voz proveniente de la silla vacía.
La taza se levantó y se inclinó, pero el líquido no cayó sobre la silla, a pesar de que la taza se vació casi por completo.
—Pensaba que habías muerto —respondió el anciano mirando hacia el frente.
—¿Muerto? Me pregunto por qué mi padre pensaría algo así… bueno… es cierto que me dejaste tirado en el laboratorio, y saliste corriendo antes de que explotara. Pero no, no estoy muerto.
—Entonces —empezó el hombre, sin saber si era sensato acabar la frase—, ¿la formula funcionó?
—Ya lo ves. Bueno… no, no lo ves. Ya me entiendes. Sí, funcionó, pero es irreversible. Supongo que tú sabrás la forma de volver a ser visible, pero te escondiste. Desapareciste.
—Los nazis me obligaron.
—Claro, los nazis te obligaron. Lo entiendo, papá, créeme. Pero no te imaginas lo que es ir por el mundo sin que nadie te vea. Que la gente se choque contigo y se gire asustada, como si un fantasma se hubiera interpuesto en su camino. ¡Soy invisible por tu puta culpa! ¿Los nazis te obligaron? ¡Mi hija ha crecido pensando que su padre está muerto, porque era absurdo que me presentara en su cuarto y le dijera que me había vuelto invisible!
—¿Qué quieres de mí, Yohann?
—El antídoto, y verte morir. Eso es todo. Primero me dirás cómo volver a ser visible, y luego te arrancaré el corazón. Y si te niegas a decírmelo, te empezaré a cortar en trozos hasta que no tengas más cojones de decírmelo para que acabe con tu sufrimiento. ■
© 2017 M. Floser.