Story Cubes 3: Faraón

[Nota fija]→ «Story Cubes» es una sección dentro de «Ejercicios de escritura». En esta sección haré uso de los dados Story Cubes para componer una historia improvisada.

(Resultado obtenido al lanzar los dados Story Cubes)

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2
3
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5
6
(Numeración de los dados en el texto)

FARAÓN

Cenefas
Meseta de Guiza, Egipto. 22 de marzo de 1998.

Cuando Ben Foster aceptó aquella expedición a la pirámide6 de Jafra, no sabía a qué se enfrentaría. Portaba una antorcha que había hecho usando un tablón de madera, y su camisa sudada, impregnada en gasolina. A pesar de los veinticuatro grados del exterior, Ben empezó a sentir como se le ponía la piel de gallina por el aire frío que circulaba por aquellos pasadizos. Sus brazos descubiertos, musculados y velludos, parecían en aquel momento el muslo de un polluelo. Llevaba una camiseta de tirantes, y sobre el pecho colgaban las placas identificativas que había llevado en su paso por el ejército del aire de los Estados Unidos.
    Tras el americano caminaba Husani El-Gohary, cuyo nombre, de significado «guapo», parecía un chiste de mal gusto. Tenía la cara picada por la viruela, los ojos demasiado pequeños y juntos, y una nariz anormalmente grande y aguileña. Esos rasgos hacían que aquel hombre medio calvo no fuera la persona más atractiva del mundo. Su cuerpo, de piernas cortas y barriga prominente, le dificultaba el paseo por aquellos angostos pasillos.
    El viento soplaba cada vez más fuerte, con un aullido extraño, como el ulular de un búho4 oculto en las sombras que se cernían en el horizonte. Ben tenía un mal presentimiento desde que entraron por las puertas1 de la pirámide. Algo que no le gustaba, parecido al miedo, se había instalado en su corazón, y le impedía concentrarse en el camino lúgubre que tenía delante. Un fogonazo proveniente de la antorcha asustó al egipcio que caminaba no demasiado lejos de Ben.
    —Tranquilo, Husani —dijo Ben Foster mirándole por encima del hombro—, se ha incendiado una telaraña.
    El hombrecillo miró a su alrededor y se dio cuenta, por primera vez, que estaban en una zona repleta de aquellas redes pegajosas. Odiaba las arañas5, las odiaba con todas sus fuerzas. No habían muchas cosas que Husani El-Gohary no odiara, o no temiera, pero las arañas eran un caso extremo.
    —¿Falta mucho para llegar?
    —N-n-no, estiamos cierca, mistier Fostier —dijo Husani en un inglés roto por el marcado acento egipcio.
    Pero Ben Foster sabía que aquello era demasiado relativo. Hacía ya cerca de una hora que habían entrado a la pirámide, o eso le parecía a él. El tiempo en aquel lugar parecía tan denso como el aire. Cuando estaba a punto de protestar de nuevo, llegaron a la sala del sarcófago. El ataúd estaba en el centro mismo de la sala rectangular, no mucho más grande que el salón de la casa de Ben Foster, donde solía leer el New York Times mientras tomaba una taza de café por las mañanas. Ben entró en la sala, se situó en el lado del sarcófago opuesto a la puerta, y miró a Husani El-Gohary.
    —Lo hemos encontrado, Husani. Realmente me ha traído usted hasta aquí.
    —Se lio dije, mistier Fostier. Es el sarquiofago de Jafra.
    Ben sonrió, apoyó las manos en la tapa del sarcófago, sorprendenemente sencilla y, en cuanto las llemas de sus dedos tocaron la tumba, unas líneas luminosas empezaron a formarse en la tapa. Ben se apartó, asustado, pero las líneas de luz siguieron formando símbolos que ni el americano, ni el egipcio habían visto jamás. Se miraron, tragaron saliva a la vez, y volvieron a mirar el sarcófago que, para entonces, ya tenía líneas de luz incluso por los laterales.
    —¡¿Qué está sucediendo, Husani?!
    —¡Nio lo sé!
    Alzaron las voces para que se les escuchara por encima del temblor de suelo que había empezado, y sobre el rumor de ultratumba que ascendía del mismísimo infierno. La tapa se abrió, con un crujido. Alzándose como si estuviera sujeta por unos cables invisibles. Se levantaba despacio, con parsimonia. Husani miró la tapa flotante, pero Ben fijó sus ojos en el interior del sarcófago.
    ¿Eres tú el que me ha despertado?
    Escuchó Ben Foster dentro de su cabeza, como si las palabras brotaran de su cerebro2. La voz era turbadora, y provocaba en la cabeza de Ben un dolor atroz. Su nariz empezó a sangrar, y notó una presión en los dientes que no conseguía entender. No pudo contestar, porque en su mente se dibujó una imagen que nadie podría describir, una imagen que simbolizaba el sufrimiento más atroz, y la locura más profunda. La voz, aguda y enervante, sonó de nuevo en la mente del americano.
    ¿Eres tú el estúpido humano que se ha atrevido a despertarme?
    La furia de las palabras quemaban el interior de Ben, que se sujetaba al borde del sarcófago para no caer, mientras, sin él saberlo, sus ojos se ponían en blanco.
    ¡Muere, detestable insecto!
    Y en aquel momento, Ben Foster cayó fulminado en el suelo. Husani corrió hacia él, bordeando el sarcófago, sin entender qué había pasado.
    —¡Mistier Fostier! ¿Estia bien, mistier Fostier?
    Husani llevó las yemas de sus dedos al cuello de Ben, no le encontró el pulso. La cara del americano, con los ojos completamente en blanco, y la boca llena de espuma, era el vivo reflejo del terror.
    Del borde del sarcófago emergió una mano, sujetándose con fuerza. Los dedos eran largos, grises, y con uñas completamente negras y afiladas. Husani El-Gohary vio como el ocupante del sarcófago se incorporaba, y se crujía el cuello, fibrado y largo. Tenía una cabeza ovalada, unos ojos grandes, completamente negros, y una nariz menuda, tanto que parecía que solo tuviera dos pequeños orificios. Su boca, inexpresiva y carente de labios, se mantenía cerrada. El ser miró a Husani, tirado en el suelo, temblando de miedo, y con los pantalones manchados de orina.
    —¿Qué, qué, qué eres tú? —preguntó Husani en egipcio.
    Mi nombre es Jafra —dijo la voz aguda que había sonado en la mente de Ben Foster, ahora resonando en el interior del egipcio—, cuarto faraón de la dinastía IV. Me habéis despertado antes de tiempo, antes de que mis hermanos regresen a este planeta plagado por vuestra especie infecta. Ahora, tendré que exterminaros yo solo.
    Husani se llevó las manos a la cabeza, intentando detener el terrible dolor que sentía. Parecía que el cerebro se estuviera haciendo grande en el interior de su cráneo, o que su cráneo se estuviera haciendo pequeño en torno a su cerebro. Jamás, en sus cincuenta años de vida, había experimentado un dolor tan atroz como aquel. Husani gritó, destrozándose las cuerdas vocales en aquel quejido, pero no sirvió de nada, su vida se apagó con la misma facilidad que la del americano. Jafra salió del sarcófago, dejando que su cuerpo, alto, delgado, y desnudo, crujiera por los años que llevaba en la misma postura. Buscaría al resto de sus hermanos, desperdigados por la Tierra, los despertaría, y juntos empezarían el proyecto que tantos siglos llevaban persiguiendo, aniquilar a la Humanidad, arrebatarles su amado planeta, y hacer que todas las especies, en todos los universos, temieran a aquel grupo de alienígenas3, que habían demostrado con creces la paciencia y la inteligencia que poseían.

© 2017 M. Floser.

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