Aquella noche Mister Maccus me habló de una amenaza que se cernía sobre todos los mundos, y también aquella noche supe que existen nueve mundos en total, entre los que se encuentra Midgar, el mundo de los hombres, el nuestro. La Cosa, un monstruo milenario, enemigo de todas las especies, había huido de su prisión de hielo y sangre oculta en el más oscuro y recóndito agujero de Niflheim, el mundo de hielo. Decir el nombre real de la Cosa estaba prohibido en todos los mundos, pues se dice que los nombres tienen el poder de conjurar aquello a lo que llamas. La Cosa vaga por el tronco de Yggdrasil, con la misión de aniquilar a los elegidos para matarla.
    —Ahora viene a por ti —dijo Mister Maccus, como si fuera una frase carente de importancia, como si hubiera mencionado un simple soplo de brisa repentino.
    —¿Por qué viene a por mí?
    —Bueno —Mister Maccus empezó a mover las manos, como buscando una palabra en un idioma que no conocía bien—… puede que le hayamos traído hasta ti…
    El hombre de la nariz, y su acompañante, habían viajado desde un mundo secundario, cercano al mundo de los elfos oscuros, abriendo una brecha que la Cosa pudo rastrear. Aquella noche huí de casa, para que el engendro al que sigo enfrentándome no matara a mis padres. No les sorprendió mi marcha, y tampoco se preocuparon por buscarme, ellos jamás me han querido. Fui transportado a Vureenen, donde fui instruido en las artes de lucha de los vureenenses, desde entonces busco sin descanso a la Cosa, que ya ha exterminado a varias especies de los nueve mundos. Algún día, cuando esté preparado, diré su nombre y esperaré a que aparezca, para ensartarla con mi espada y ver como su vida se apaga mientras le miro a los ojos con desprecio. ■

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