Microficción #59

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(Imagen libre de licencia de: Unsplash)

El observador

Cenefas

La primera vez que lo vi fue aquella mañana de diciembre, mientras me tomaba el café. Miré por la ventana y allí estaba, mirando hacia mí, o eso pensé yo. Tenía la cabeza cubierta con una calavera de animal, y vestía de negro. Estaba plantado frente a la pared de la fachada del edificio de enfrente. Fui a buscar el móvil —no sé muy bien para qué— pero, cuando volví a mirar, ya no estaba.
    La segunda vez que lo vi fue por casualidad, viajaba en el primer asiento del autobús, era de noche, y al levantar la vista de la página del libro que me estaba leyendo allí estaba, parado en el semáforo, siguiéndome con la mirada. Me giré, pero desapareció entre un mar de peatones que se apresuraban en cruzar la calle.
    Después de ese día he seguido viéndolo en diversas ocasiones, y en todas ellas ha acabado desapareciendo de formas que todavía no consigo explicarme. Ahora llevo un mes con las persianas cerradas, y las cortinas corridas, encerrado en mi habitación. He tapado los espejos, por miedo a que, al reflejarme, le vea donde debería aparecer yo. Sigo sin saber quién, o qué es, sigo sin saber qué quiere de mí. No consigo dormir, ¿qué pasaría si al despertarme le viera junto a mi cama? No quiero morir, no quiero volver a verle, no quiero seguir temiéndole.

© 2017 M. Floser.

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