
¿Por qué?

¿Por qué, padre? ¿Acaso no he sido un hijo fiel y temeroso de tu poder? ¿No es cierto acaso que he cumplido cuanto me encomendabas? ¿Por qué, padre, si he aceptado tu voluntad como mía propia, me niegas tu afecto y tu atención? Me muero por tu indiferencia, mi alma se consume, privada de la luz de tu amparo, privada de la gloria de tu mirada. Me das la espalda, y las sombras de tu rechazo me nublan el buen juicio. ¿Por qué haces esto, padre? ¿Es por no aceptar que tu magnificencia se desperdicie en esos seres inferiores? ¡No me des la espalda, padre! ¿Por qué ellos, infieles, indignos, sacos de carne y sangre con fecha de caducidad, merecen más atención, más favores y más virtudes que los que te adoramos sin siquiera preguntar? ¿Por qué a ellos les otorgas el libre albedrío, mientras nosotros, hijos de tu luz, de tu ser, nos conformamos con tener que aceptar todo cuanto impones? ¡Son ellos los que deberían postrarse ante ti, ante nosotros, ante sus superiores en espíritu y magnitud! ¿Por qué, padre, me destierras y me encierras en esta prisión de fuego y negrura espesa? ¿Por qué me confinas en el centro mismo del universo, dejando que el fuego de nuestra madre Tierra me consuma las alas, la piel, y la bondad? ¿Es eso lo que deseas, padre? ¡¿Acaso deseas que mi ira caiga sobre esos a los que adoptas como hijos, impíos, sucios y blasfemos?! Así sea, padre, ten en mi un enemigo al que temerás, y al que tus mortales temerán. Ten en mí la imagen misma de la perversión, la mía, la de los humanos. Seré el azote de los sueños puros, los convertiré en pesadillas, y les tentaré para que se desvíen de ese camino de rectitud que tú, ingenuo Todopoderoso, te empeñas en marcarles. No son más que animales, bestias con un pellizco de raciocinio. Pero me temerán y, cuando ellos lo hagan, tú sabrás que has fracasado, porque en su temor encontraré mi victoria, y ellos, el principio de su destrucción. ■
© 2017 M. Floser.