
La llegada
El faro se iluminó, por primera vez en más de cien años. Pero la ocasión lo requería, los guerreros estaban llegando por fin a la isla de Resha, por tierra, mar, y aire. El Farero, como llamaban al único habitante de la isla, se atrevió a romper la oscuridad espesa, aún a riesgo de que los gornoks pudieran atacarles. Se había mantenido oculto, bajo tierra, a salvo de esas bestias de piel de fango y ojos de fuego. Pero todo eso estaba a punto de acabar.
Se escuchó un cuerno de guerra, transportado por el aire gélido del invierno, y el Farero se giró dentro del faro, en dirección al sonido, por instinto, temblando también por la misma costumbre. Los gornoks ya habían visto la luz, tardarían menos de una hora en llegar hasta allí, y depellejarle. Solo esperaba que los héroes llegaran antes de que eso ocurriera. Pero aunque no fuera así, aunque llegasen instantes después de que su sangre regara el suelo del faro, el final de aquellas bestias sería el mismo. Resha volvería a ser libre, después de un siglo. Porque el ciclo de sueño de los héroes había terminado, y ahora acudían a la llamada de socorro de su padre, el padre de todos, el de los ciento cincuenta hombres y mujeres que viajaban hacia allí, gritando, aullando, aleteando sus alas de cuervo, y empuñando las espadas con sus garras de dragón. Los Héroes, la especie más peligrosa del mundo, ya estaban alcanzando las costas, la muralla y las nubes que rodeaban al faro. Los gornoks estaban perdidos. ■
© 2017 M. Floser.