Las tres palabras 2: «Jureene»

[Nota fija]→ «Las tres palabras» es una sección dentro de «Ejercicios de escritura». Así mismo, este ejercicio ha sido extraído del blog «CabalTC» de David Olier. En esta sección haré relatos incluyendo tres palabras generadas automáticamente.

Palabras a añadir:

Frito1
Cochera2
Huevos3
Cenefas

J U R E E N E

El hedor a huevos3 podridos era insoportable. Provenía de todas partes: de los desagües, de las cloacas, incluso parecía adherirse a las paredes y los techos.
    La noche, cerrada y solitaria, caía a plomo sobre una ciudad abandonada, en ruinas. Las estrellas contemplaban sin mucho interés un laberinto de callejuelas llenas de escombros. Vestigios de una civilización desaparecida. En medio de un cruce que formaba una cruz perfecta vista desde las alturas, se erguía una figura enorme, incluso de un tamaño mayor que el que aquellos edificios desmoronados habían alcanzado en sus mejores días. Estaba formada por bloques de piedra, y sus rasgos, torpemente tallados, mostraban a un monstruo con dos gemas rosas, centelleantes, en las cuencas de los ojos. La figura ciclópea estaba ataviada con ropas anchas: una capa que podría haber ocultado sin problemas una casa humilde, la capa tenía capucha, aunque esta caía a la espalda de la descomunal forma de piedra. Unas botas enormes, que parecían hundirse en el suelo de piedra, culminaban un atuendo lúgubre oculto bajo la capa repleta de bolsillos interiores. La enorme cabeza dura y abultada estaba cubierta por un gorro cónico de paja, sujeto por una goma que se acomodaba bajo la barbilla robusta de la estatua.
    —¿Lo has encontrado? —preguntó una voz proveniente del suelo. No de alguien posado cómodamente sobre la superficie polvorienta que formaba la acera de aquella ciudad fantasma, sino de alguien que hablara desde el interior de la tierra.
    —Lo he encontrado, milord —la segunda voz, profunda y de ultratumba, provenía de la enorme boca de la estatua, que se había separado mostrando unos dientes compuestos de varias piezas de la propia roca. En el fondo de las fauces, como si de una lengua se tratara, podía verse un trozo de pergamino, con unos extraños caracteres escritos con tinta negra—. se encuentra en las cocheras2. Ella también está.
    —Así que se ha traído a Jureene —en el suelo, en el punto exacto del que brotaba la voz, se empezó a generar una bruma que se retorcía como un remolino de humo negro, espeso y maloliente—. Ese estúpido la ha traído hasta a mí —la bruma se solidificó un poco más, hasta que se convirtió en una silueta completamente negra—, y yo que pensaba que iba a tener que torturarle hasta que me dijera dónde se encontraba…
    De repente, el humo se inflamó, con llamas rojas, naranjas y amarillas, y al hedor de huevos podridos se sumó el de pelo frito1. Cuando el fuego se extinguió, allí donde minutos antes había habido una nube oscura y perturbadora, se encontraba ahora un hombre alto, con un sombrero de pico largo y retorcido hacia atrás, un pelo sucio, grasiento, blanco que descendía del interior del gorro y le caía por los hombros, cubiertos por una larga chaqueta de cuero negro, brillante incluso con la ausencia de luz. Su cara se ocultaba tras una máscara extraña, de hocico alargado y puntiagudo como el pico desproporcionado de un pájaro, y a través de las aberturas de los ojos de la máscara, se veían los de aquel hombre, distintos el uno al otro. Un ojo era azul, tan pálido que casi parecía blanco, el otro era completamente verde, fulgurante y peligroso. El hombre sonrió bajo la máscara, y dio la espalda al gólem descomunal que él mismo había creado.
    —Vamos a las cocheras, esclavo, tenemos que capturar a una bruja.
    El hombre, elegante y con gracia, empezó a andar, bamboleándose un poco en cada paso. Tras él, el gólem de piedra también caminaba, y en cada paso parecía que fuera a aplastar a su amo. El suelo temblaba, haciendo que los escombros, amontonados, cayeran en un alud de rocas y polvo. La noche había empezado, la caza, en cambio, estaba a punto de terminar.

© 2017 M. Floser.

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