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Año nuevo

La recuerdo perfectamente, tan hermosa, tan dulce… tengo la imagen nítida de aquel 31 de diciembre en la playa, esperando a que las olas nos sirvieran para despedir un año que había sido difícil para los dos. Perdimos a un hijo antes incluso de poder besarle por primera vez. Pero volví a sonreír, después de mucho tiempo, volví a sonreír. No era gracias a ella, sino a aquella chica que conocí y me hizo volver a sentirme vivo, a espaldas de mi amor, por supuesto.
Ella empuñaba una bengala, chispeante, iluminándole el rostro lleno de una felicidad efímera. Yo empuñaba un cuchillo, con una mano apretada con la fuerza de una bestia malherida. No lo vio venir, y aunque nadie se lo crea, yo tampoco. Hundí el cuchillo en mi vientre, una y otra vez, sin saber qué estaba moviendo mi brazo, sin preocuparme lo más mínimo por responder a por qué estaba haciendo aquello. Me apuñalé y disfruté viendo como la vida se me escapaba. No tuve valor de decirle que le había fallado, prefería abandonar el mundo sin enfrentarme a lo que había hecho.
Ha pasado un año y ella vuelve a la misma playa, supongo que seguirá buscando respuestas, pero lo único que yo puedo hacer es susurrarle al oído un te quiero camuflado entre el murmullo del mar, y un lo siento gélido y desesperado, soplado por el viento de diciembre. Un lo siento con el que ella, confusa y sola, empieza un año nuevo. Yo me merezco esta eternidad en ningún sitio, vivir por el resto de los siglos en un limbo de vergüenza y sufrimiento. Pero ella se merece algo más, ojalá se lo hubiera dicho. ■