
Una historia sin final feliz
Esta no es una historia con final feliz, y no lo es porque no debe serlo. Esta es una historia en la que se juntan dos factores importantes: una maldición y una traición, por típico que esto pueda parecerles. Así pues… si prometen no interrumpirme, se lo contaré todo. Si tienen que ir al baño, o a calentar unas palomitas en el microondas, muevan el culo, porque si se atreven a interrumpir, si tienen la desfachatez de siquiera toser mientras yo hablo… van a saber por qué me llaman la Parca.
Bien, aclarado esto… Perdón, un perro estaba ladrando. No volverá a hacerlo, tranquilos. ¿Qué pasa? ¿Tienen algún problema con lo que acabo de hacer? Sí, en esta historia ha sufrido daños un perro, ¿y? ¡No le conocían! No jueguen conmigo o les juro que… ¡Puto pájaro! Vas a piarle a tu madre la coja… ¿Por dónde iba? Oh, entiendo, tampoco ven bien lo del pájaro. Si quieren les doy a ustedes un toquecito con la guadaña y nos dejamos de tonterías. En realidad, esos dos bichos han muerto por su culpa, sí, la de ustedes… si no me hubieran pedido que les contara esta historia, esos animales seguirían dando por el culo, pero claro… no a mí. ¿No quieren que les mate? ¡Qué graciosos son ustedes! Eso no se lo puedo prometer… por ejemplo usted, sí, usted, veo en sus ojos que es el tipo de persona capaz de morir de la forma más tonta posible: quizá un día estornude y, con la fuerza del movimiento, se dé un golpe fatal en la cabeza contra el marco de la puerta. Eso pasa, créanme, de esto sé un poco. ¡Pero dejen de abuchearme! ¿Qué les he dicho sobre interrumpirme? Se acabó, todos a ver al barquero, y la historia… ¡que se la cuenten sus padres! ■
© 2016 M. Floser.