
Descontrolado
Jadeaba, mientras tanto miraba a sus enemigos, tirados por el suelo. Se habían apartado a tiempo, y la locomotora que les había lanzado no les alcanzó, solo se incrustó en el edificio que les quedaba en la retaguardia. Era la primera vez que levantaba algo tan pesado, lo había intentado con éxito con coches, llenos y vacíos, pero aquello era sorprendente. Su sangre seguía bombeando, ardiéndole en las venas, mezclada con la sangre del demonio al que había matado hacía ya una semana. No sabía si aquello era algo bueno, o si tendría que haber dejado que aquel engendro le matara a él. Siempre había sido una mala persona, un asesino, un ladrón, un secuestrador… pero ahora era algo distinto, ahora era un monstruo. La policía, que le apuntaba con unas pistolas que ya habían descargado sobre él, le miraban aterrados, o asqueados, o una mezcla de ambas cosas.
Se miró las manos, tan rosadas como cuando era pequeño, pero temblorosas y fuertes. Su piel se había endurecido, y le palpitaba, como si le fuera justa, como si sus músculos necesitaran una talla más grande de aquel ropaje poroso.
Un nuevo disparo, esta vez en su frente, hizo que saliera de su ensimismamiento. Miró al policía que le había disparado, miró la bala, abollada en el suelo, y volvió a centrarse en el poli. El hombre, joven e inexperto, temblaba sin dejar de apuntarle. No debería haber apretado el gatillo, ni siquiera debería haber salido de la cama aquella mañana, quizá no debería haber entrado en el cuerpo de policía. Pero ya daba igual, porque su miedo no le iba a permitir reaccionar a tiempo, antes de que un coche le cayera encima, lanzado por el sospechoso demoníaco al que todos querían matar, pero que quizá solo él mismo pudiera arrebatarse la vida. ■
© 2016 M. Floser.