
Vietnam
El cielo nublado parecía haber decidido concederle una tregua a la tierra, dejando de regarla durante un instante, pero manteniendo el manto gris que taponaba el sol, como guardias preparados para volver a iniciar la batalla si era necesario.
—Come tranquilo, Kim-ly 1, no hay prisa —dijo el hombrecillo sobre el búfalo. Contemplando el valle con atención, contento de poder estar ahí, tranquilamente, sin que el agua le calase los huesos, protegiéndose la cara y la cabeza de la luz mortecina con el nón lá 2 de paja ajustado en la barbilla con la cinta—. Creo que Bu 3 aún tardará un poco en llegar.
El búfalo resopló, como si estuviera respondiendo al hombre. Siguió pastando, y su jinete suspiró. La niebla hacía que el paisaje tuviera un aire misterioso que le erizaba el vello del cogote. Oteó el valle, dando ligeras palmadas en el lomo de Kim-ly, y sus ojos se posaron en una figura difusa que emergía espectralmente de la bruma. Era un hombre alto, delgado, vestido con un traje extraño: negro y elegante, con una enorme espada en el costado que podría haber sido una katana si no fuera porque era del tamaño de una espada medieval. Llevaba también un sombrero cónico, pero el suyo era de cuero en vez de paja. Caminaba erguido, aunque el rostro lo mantenía oculto en las sombras del nón lá.
—¿Vés, Kim-ly? Ahí llega.
El jinete bajó del búfalo de un salto y le dejó pastando. El animal alzó la cornuda cabeza y contempló, rumiando un manojo de hierba, como el humano se alejaba corriendo, luego decidió que la escena no era interesante y siguió comiendo.
—¡Has llegado pronto, Bu! —dijo el hombre frenando la carrera, jadeaba pero estaba contento de saludar a su compañero. El hombre de negro alzó la cabeza y dejó a la vista su habitual rostro de piel verduzca repleta de escamas. Sus ojos negros, sin iris ni pupilas, reflejaban el entorno en una imagen perversamente turbia. Sonrió, haciendo que su piel se arrugara como el cuero viejo, y de sus labios carnosos salió veloz una lengua bífida. Tenía rasgos humanos en general, su nariz era afilada, aguileña, y tenía el tabique surcado por una cigatriz horizontal que parecía subrayar sus ojos.
—Hola, Linh 4 , no sé ni qué hora es, sinceramente —la voz de Bu era amable, tenía un acento áspero y un ligero siseo cada vez que pronunciaba una palabra acabada en ese—. Un yōkai 5 me entretuvo en Fukuoka, casi pierdo el último barco.
—¿Fukuoka? Pero eso está Japón… ¿qué hacías en Japón, Bu?
Los dos hombres se abrazaron y empezaron a andar en dirección a Kim-ly. Bu palmeaba afectuosamente la espalda de Linh, parecía un gigante al lado del hombrecillo.
Me contrató el gobernador Issei Sōseki para acabar con los demonios que invadían la prefectura de Fukuoka. Me habría venido bien tu ayuda, amigo. Con tus poderes habríamos acabado mucho antes.
—Ya sabes que no puedo navegar, Bu.
A veces, Bu se olvidaba de los huesos de Linh, pesados como el plomo. Si pusiera un pie en un barco, lo hundiría y él se ahogaría anclado en el fondo del mar. Suspiró, se sentía mal por haber olvidado aquel detalle. Por suerte habían llegado a la altura del búfalo, que había alzado la cabeza para mirar a Linh y al recién llegado.
—Hola, Kim-ly, ¿no vas a darme un abrazo?
El búfalo resopló. Se escucharon una serie de chasquidos, y de crujidos, seguidos de un rechinar de dientes. El animal dejó de pastar, y empezó a mutar. Su piel se ondulaba, sus músculos latían y sus huesos se movían bruscamente. Kim-ly dejó de ser un búfalo, para pasar a ser un hombre enorme, mucho más alto que Bu, con dos cuernos afilados que le hacían ganar aún más altura. Kim-ly vestía una túnica raída, marrón. Sus brazos, completamente desnudos y tremendamente musculados, terminaban en unas manos que parecían ser capaces de hacer añicos el tronco de un roble. Su cara se contrajo en una sonrisa llena de afecto, y abrazó a Bu, haciendo que el medio reptil quedara completamente oculto entre sus brazos. Parecía una montaña interponiéndose en el camino de una liebre.
—¿Cómo estás, amigo? —dijo el más alto con una voz grave como un trueno.
—Contento de veros. No te imaginas lo que os he echado de menos a Linh y a ti. En Japón no conseguí encontrar a nadie que partiera mesas con el mismo arte que tú, y a nadie que se riera de la muerte con el mismo desparpajo que Linh.
—¿Viste a la Dama?
—La vi, guadaña en mano. Le segó la vida a un par de brujos de tercera que me acompañaban en la misión. Me miró a los ojos, con las cuencas vacías de los suyos, y me dio recuerdos para el semental de Kim-ly. ¿Qué hicisteis aquella noche, granuja?
—Un caballero no habla de esas cosas, Bu —dijo Kim-ly haciéndose el importante. Se sentó en el suelo y pidió a Bu y a Linh que hicieran lo mismo—. ¿Entonces vamos a hacerlo esta semana?
—Así es —dijo el recién llegado—. Tenemos que acabar con el brujo antes de que todo Vietnam sea un montón de mierda.
Hubo un momento de silencio en el que Linh y Kim-ly se miraron, el grandullón arrancó un manojo de hierba y empezó a masticarla. Luego miró a Bu, suspiró pesadamente y le señaló con el dedo.
—¿La has traído?
—Sí —respondió Bu, solemne.
Se llevó la mano al interior de la túnica, por el cuello de la prenda, y rebuscó en un bolsillo interior. Sacó un fardo bien envuelto en tela marrón con cuerda beige, y se lo entregó a Kim-ly. El hombre búfalo deshizo el nudo del paquete y lo abrió. En su mano sostenía una daga de hoja retorcida y negra como el carbón. La empuñadura terminaba en una cabeza de serpiente hecha de plata, que brillaba mucho más que la cuchilla. Kim-ly sonrió satisfecho, miró a sus amigos y ambos le devolvieron la sonrisa.
—Hagámoslo, matemos a ese malnacido.
El sol traspasó las nubes grises un segundo y bañó el valle, como si quisiera darles ánimos a aquellos guerreros que estaban a punto de emprender una misión suicida. ■
Notas:
1) Kim-ly significa «León Dorado» en vietnamita.
2) El nón lá es un sombrero. Su nombre significa literalmente «sombrero cónico».
3) Bu significa «Líder» en vietnamita.
4) Lihn significa «espíritu afable» en vietnamita.
5) los yōkai son criaturas japoneses. Pueden ser monstruos, demonios, espíritus o apariciones.
© 2016 M. Floser.