Story Cubes 2: La espada sin nombre

[Nota fija]→ «Story Cubes» es una sección dentro de «Ejercicios de escritura». En esta sección haré uso de los dados Story Cubes para componer una historia improvisada.

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(Resultado obtenido al lanzar los dados Story Cubes)

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(Numeración de los dados en el texto)

LA ESPADA SIN NOMBRE

No voy a empezar con esa cursilada de «érase una vez», ni pienso deciros que esta es una historia donde el bien triunfa sobre el mal. Soy muchas cosas: ladrón, asesino, mercenario, pero os aseguro que no soy un mentiroso.
    Esta historia empezó con un vistazo a través de una cerradura8, con mi ojo posándose donde no debía, con mis malditos oídos escuchando una conversación1 que no me incumbía.
    Entré a robar en una casa que, en teoría, debería haber estado deshabitada. Enviado por el avaro cabrón de mi jefe10 que se empeñaba en enviarme a buscar7 supuestos tesoros escondidos por la ciudad. Y en el sótano de aquella mansión, decían que se encontraba uno de los mayores hallazgos que un ladrón como yo pudiera soñar. ¡Ja!
    La espada sin nombre, ese era el nombre —valga la redundancia— del súper tesoro. La casa estaba en la parte más alta de la montaña, en medio de la nada. ¿Quién cojones podía vivir en un sitio así? La ascensión era una tortura, me sentí como si estuviera dirigiéndome al mismísimo Olimpo5. Pensé que quizá, con un poco de suerte, Zeus se apiadaría de mí y me fulminaría con uno de sus rayos, haciendo que desapareciera sin dejar huella2. Obviamente no ocurrió nada, creo que nunca les he caído demasiado bien a los dioses.
    La mansión parecía de cuento, pero no precisamente uno de esos cuentos amables con los que los niños de bien se van a dormir. Era más como las historias que se escuchaban cuando dormía en las calles húmedas y sucias de Karien, donde se recomendaba sospechar de todo y de todos, incluso de los que te dedicaban amables sonrisas6, especialmente de los que te dedicaban amables sonrisas. La fachada estaba descascarillada, el techo de tejas negras se rompía en algunas zonas, dejando que la luz del sol se colara en el interior de la mansión. No tenía ventanas, ni una sola, y el único acceso era una puerta que, supuse, estaría cerrada con llave13, ¿por qué iba a ser fácil?
    Miré a mi espalda, al acantilado por el que había escalado. Un arco iris12 cruzaba el horizonte. Deseaba que me esperase algo mejor que eso, que ese tesoro que me había obligado a ir hasta esa maldita montaña, hiciera que me retirase. Empecé a andar, pensando en qué haría con mi parte del botín, lo primero, seguro, sería llamar por teléfono11 a todos los jefecillos de Karien para darles una serie de instrucciones sobre dónde podían irse a tomar por el culo. Eso siempre que el tesoro existiera y valiera lo suficiente como para comprarme un teléfono.
    Me agaché delante de la puerta y empecé a forzar la cerradura que, como suponía, estaba cerrada. Pensé en qué modelo de móvil debería comprarme, ¿uno de esos capaces de grabar vídeos? Podría montar una escuela de ladrones en Internet. Sería agradable.
    Escuché un «¡crec!» en la cerradura, giré el pomo, y la puerta se abrió con un chirrido terrible. Entré, suspirando en cada paso, obligándome a no sentir miedo, obligándome a que no se me erizaran los pelos del cogote cada vez que me rozaba una telaraña. Entré en una puerta, que daba a una sala pequeña, llena de vitrinas destrozadas, con los cristales esparcidos por el suelo. Solo había sobrevivido una vitrina, en cuyo interior descansaba una sandalia alada4. Nunca he sido bueno en mitología, pero me bastaba para reconocer esa cosa: una de las sandalias de Hermes, el dios mensajero. «Curiosa reliquia» pensé. Miré a mi alrededor y enseguida entendí qué había pasado allí, demasiados años robando como para no reconocer una escena del crimen en cuanto la veo. Seguramente sería un buen madero… Alguien se había llevado las reliquias que habían en el resto de vitrinas, pero habían ignorado la sandalia. ¿Por qué?
    Salí de la sala y me acerqué a una segunda puerta. «No abrir, peligro» las letras parecían de niño, estaban pintadas con brocha gorda y pintura blanca en la puerta de madera caoba. Sostuve el pomo y lo giré, en cuanto lo hice, algo desde dentro tiró de la puerta y la abrió de golpe. Tuve que tirarme al suelo para esquivar una docena de tentáculos que se escapaban del interior de la habitación15. Salí corriendo, espantado, con el corazón en la boca, ignorando la telaraña que se me adhirió a la cara, con el cadáver de una abeja3 en la mejilla. Los tentáculos destrozaron muebles del pasillo, y algo salió de la habitación, algo que no vi porque no soy tan estúpido como para mirar hacia atrás en medio de una huida. Crucé una puerta, la cerré y apoyé la espalda contra ella, agotado, asfixiado. Fue cuando decidí dejar de fumar.
    La habitación en la que me encontraba estaba completamente vacía. Un cubículo sin ventanas ni puertas. La única salida era la que tenía a mi espalda, en la que estaba el monstruo. Cómo no… Miré a mi alrededor, aterrorizado, esperando que en cualquier momento el pulpo gigante tirase la puerta al suelo y se me zampara. La sala estaba iluminada por apliques que emitían luz anaranjada. Golpeé el suelo con el pie, con fuerza, con rabia, con desesperación, y el parqué se venció, haciendo que cayera por una trampilla14 jodidamente bien disimulada. Me destrocé la rabadilla contra el suelo de hormigón de la nueva estancia: un pasillo larguísimo iluminado con antorchas. Me levanté, me froté el culo, y anduve hacia mi derecha. El pasillo estaba repleto de puertas de acero, pero no pensaba abrir ninguna otra.
    Escuché unas voces, no demasiado lejanas, y corrí hacia ellas, casi contento de encontrar señales de vida, ignorando lo insólito del asunto, hipnotizado9 por mi propia necesidad de encontrar algo de complicidad en aquella mansión de los horrores. El pasillo se terminó, y en el fondo había una puerta de madera, la única de ese material en todo el pasillo, de ella provenían las voces. Me acerqué despacio, porque el tono que percibía en la voz más grave, no era precisamente amistoso. Me agaché y eché un vistazo a través de la cerradura. La habitación era una especie de bóveda repleta de antorchas. En el suelo había toda clase de objetos: un tridente de oro, un arco y unas flechas, un cetro y un casco que parecía una sombra por lo negro que era. Junto a todos aquellos tesoros que, supuse, habían sido extraídos de las vitrinas del piso superior, habían dos hombres (si es que se les podía llamar así) hablando por radio. Uno de ellos, el más alto, repleto de verrugas y pústulas por toda la piel, rugosa y pálida, sujetaba en una mano una espada de plata que brillaba como si tuviera luz propia. En la otra mano agarraba con fuerza una radio.
    —¿La tenéis? —dijo una voz distorsionada después de un sonido de interferencias.
El de la espada apretó el botón de la radio y se la acercó a la boca.
    —Así es jefe, la espada sin nombre, y otros tesoros. ¿Qué hacemos con ellos?
    —Dejadlos, no nos sirven de nada. Solo la espada.
    —Pero jefe, es el tridente de Poseidón, y el arco y las flechas de Artemi…
    —¡Que los dejéis! Solo quiero la espada de Odín, deja a esos dioses griegos, no me interesan —hubo una pausa que supo a tensión y peligro—. Y Org…
    —¿Sí, jefe?
    —Haz algo con el humano que os está espiando.
    La comunicación se cortó al tiempo que mi aliento, y los dos hombres de la sala se giraron hacia la puerta al tiempo que yo palidecía. Se acercaron corriendo, abrieron la puerta y, sin darme tiempo a salir corriendo, me golpearon la mejilla.
    Es lo último que he visto, quedé inconsciente, y cuando he despertado ya tenía este saco en la cabeza. Estoy encadenado con lo que parecen grilletes, son demasiado grandes como para ser esposas, las reconozco a leguas. Huele a vómito y a orina, lo primero no es mío, lo segundo sí. Tengo frío, alguien me ha dejado desnudo y se me clava en las piernas y en el culo lo que parece ser paja. No sé donde coño estoy, pero creo que poco importa ahora mismo. Tengo que escapar y desaparecer. A la mierda el negocio, a la mierda el tesoro, a la mierda la… ¿espada de Odín? Creo que es lo que dijo la voz de la radio antes de que me dejaran K.O.

© 2017 M. Floser.

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