Microficción #30

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(Imagen libre de licencia de: Geralt)

Lorraine

Verlo muerto fue quizá lo más duro a lo que Lorraine tuvo que enfrentarse jamás. Lo encontró en el cuarto de baño, dentro de la bañera, su brazo colgaba fuera, lánguido, de su muñeca brotaba sangre y goteaba sobre las baldosas blancas y negras. En la otra mano sujetaba un cristal que extrajo del espejo que seguramente acababa de romper, y cuyos restos se esparcían por la porcelana del lavabo. ¿Por qué lo había hecho?
    Arthur levantó la cabeza, sus ojos tenían una tela blanquecina que hacía que su color azul habitual se volviera grisáceo. Estaba pálido. Levantó la mano colgante y la sangre cayó en cascada, dentro de la bañera, sobre su pantalón tejano.
    —Tú me has obligado —dijo Arthur con una voz desgarrada, como si acabaran de estrangularle—. Todo esto es culpa tuya.
    Lorraine sacudió la cabeza, se tapó los ojos con las manos, con tanta fuerza que sintió un pinchazo molesto en los globos oculares, y empezó a gritarle a Arthur que se callase. Cuando la mujer abrió de nuevo los ojos, sorprendida de que su ex le hubiera hecho caso, vio que el hombre estaba en la posición en la que se lo había encontrado. No se había movido, era imposible, nunca más volvería a hacerlo. Lorraine se dejó caer en el suelo y empezó a llorar y a reír de forma nerviosa. Luego se meció, mirando al cadáver de Arthur que había vuelto a hablarle, enumerando las razones por las que Lorraine era culpable de su muerte.

© 2016 M. Floser

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Escritor de fantasía y terror.
Director de La Máquina estilográfica.
www.twitter.com/M_Floser

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