
QWERTY
La taza de porcelana blanca, llena de café humeante, las galletas con pepitas de chocolate, el murmullo de la gente a su alrededor, enfrascados en conversaciones despreocupadas, el tintinear de platos al otro lado del mostrador, y el siseo de la leche calentada por el vapor de una cafetera que parece demasiado tecnológica. Todo listo, es hora de escribir, lo único que falta es crujirse los dedos, entrelazándolos entre sí, y el cuello. Mira a su alrededor, a las personas que ignoran su presencia. Da un sorbo de café y lo saborea, deja que impregne su boca. Entonces suspira y lo dice, en voz alta, una única palabra, sin emoción:
—QWERTY.
Al decirlo, su voz, que no había sonado demasiado fuerte, se transporta por la cafetería, rebotando en las paredes, rodeando a las personas que, de pronto, empiezan a caer en un profundo sueño. Las camareras quedan tendidas en el suelo, los clientes que están de pie, pidiendo en el mostrador, también. Los que están sentados se desploman sobre la mesa, y los ojos del escritor se ponen en blanco.
Su mente empieza a recibir las imágenes. Primero llegan las de un niño que hacía solo un momento jugaba con un avión en miniatura al que hacía aterrizar sobre el mármol de la mesa: su sueño es precioso, inocente, en él sabe volar, y su madre siempre está a su lado. Hermoso, pero no le sirve. Las segundas imágenes pertenecen a un hombre que antes de caer al suelo, pedía un croissant para llevar: una pesadilla en la que pierde a su hijo nada más nacer y todo el mundo le culpa. El escritor lo anota en un cuaderno que tiene junto al portátil. Puede ser interesante.
Terceras imágenes, estas de una de las camareras que roncan en el suelo cerca de él, sus sueños son intensos, en ellos aparece ella con un cuchillo en la mano y el rostro lleno de sangre. Está en la cafetería, pero todo está mugriento y en llamas. Esa historia merece la pena, el escritor bucea en ella y empieza a escribir hasta que diez páginas virtuales de la pantalla de su portátil están llenas. Suspira y vuelve a susurrar la palabra mágica:
—QWERTY.
Y al hacerlo sus ojos vuelven a la normalidad, y todos los presentes en la cafetería se despiertan, confusos, y se miran los unos a los otros. El escritor deja un billete de veinte dólares sobre la mesa, recoge sus cosas y sale del local, con el principio de una historia que le hará millonario.
© 2016 M. Floser