
—Siento lo de su brazo. No quería morderle tan fuerte.
—No se preocupe, entiendo que es su trabajo… Supongo que ahora moriré, ¿no?
—Me temo que sí.
—¿Y cómo es? ¿Duele?
—Hace tanto tiempo que morí que, si le digo la verdad, no sabría qué responderle.
—Entiendo… ¿tiene usted algún consejo?
—¿Sobre la muerte?
—No, sobre ser un zombie, claro está.
—Bueno, lo más importante es que elija qué tipo de zombie quiere ser.
—No sabía que había distintos tipos…
—¡Oh, por descontado que sí! Verá, yo soy un zombie de la vieja escuela. No corro, aunque me persigan, solo ando y me lamento y, si tengo suerte, me topo con algún pobre desgraciado al que hincarle el diente… oh, lo siento, no quería insinuar que…
—Tranquilo, tranquilo. ¿Dice que no corre aunque le persigan? ¿Y si alguien intenta matarlo?
—Ni por esas… es un principio, ¿sabe usted? Siempre he pensado que uno tiene que ser fiel a sus principios porque ¿qué es un hombre (vivo o muerto) sin principios?
—¿Qué me recomienda?
—A mí me gusta andar y lamentarme, la verdad. Pero es cierto que los zombies que corren son más peligrosos, también es cierto que tienen demasiada presión.
—¿Presión?
—Así es. Los zombies que deciden correr se ven obligados a escuchar a los haters diciendo tonterías como «los zombies ya no son lo que eran, antes no corrían, solo andaban y se lamentaban».
—Vaya… ni ustedes se libran de los haters.
—¿Alguien se libra de ellos? ¡Oh, mire, su mordedura empieza a gangrenarse! Ya queda poco, tome una decisión ahora.
—Creo que voy a optar por correr.
—Estupendo, ¿y qué hará con los haters?
—Me los comeré, está claro.
—Como quiera, a mí es que la comida basura no me sienta bien.