¡Hola a todos/as! Esta semana he alcanzado en mi cuenta Twitter la preciosa cifra de 500 seguidores. Estoy muy agradecido a toda la gente que ha decidido acompañarme en la red social del pájaro azul (mi favorita, de hecho), y a todos los que interactúan conmigo.
¡500 seguidores! Muchísimas gracias. ¿Lo mejor? Que sois seguidores reales que interactuáis.
— M. Floser —Escritor. (@M_Floser) 10 de junio de 2016
Para celebrar esta cifra, he escrito un pequeño relato que espero os guste.
BAJO LA LLUVIA
Llueve y el agua se me mete en el cuerpo, como si mis huesos la absorbieran. La noche es más negra con las nubes que forman el techo sobre mi cabeza. La visibilidad es complicada, pero estoy acostumbrado a situaciones peores. Cojo el rifle del maletín y empiezo a montarlo hasta que puedo acomodarlo a la cornisa del edificio, sobe su trípode. Me siento en el pequeño taburete plegable que suelo llevar conmigo. Ya no soy tan joven como en otro tiempo, y mis rodillas no aguantan la espera. Me pongo la radio, esta noche mi equipo juega la final de la copa. Cuando encuentro la emisora, apareciendo detrás de un ruido de interferencias, escucho al comentarista decir que el delantero centro ha sufrido una lesión. Esta temporada parece no tener suerte, ya han sido varias lesiones. Pongo la radio bajo el taburete, protegida por el asiento y por mí mismo, y escucho el partido acompañado por la lluvia. Respiro hondo y me preparo para acabar con el trabajo. Me quito las gafas, perladas de gotas de lluvia, y pego el ojo derecho a la mira telescópica. Calculo el viento, es fácil, el agua cae con fuerza, en diagonal, no necesito ningún otro elemento para guiarme. Suspiro y pongo el dedo en el gatillo. Tengo que respirar hondo mientras busco a mi objetivo. Lo tengo, pero se mueve rápido. Sonrío porque consigo seguirle con la mira, aún tengo reflejos. El comentarista dice por la radio que el delantero del equipo rival está regateando a los defensas. No me preocupa demasiado. Aguanto la respiración para que mi pulso sea perfecto, aprieto el gatillo y el proyectil sale disparado, traspasando la cortina espesa de lluvia. Vuelvo a respirar y escucho la radio.
—¡Ha caído fulminado! —dice el comentarista—. El número nueve ha caído al suelo, señoras y señores. Se acercan sus compañeros, también lo jugadores del equipo contrario… está pasando algo, ¿verdad Pérez?
—En efecto, Carlos —responde el otro comentarista—. Los compañeros del número nueve están muy nerviosos. Están llamando al médico. Uno de ellos está… ¿está vomitando? ¿Qué está ocurriendo en el terreno de juego, Mota?
La respiración de un tercer comentarista se escucha acelerada a través de la radio.
—¡El jugador ha caído al suelo! —dice el hombre en el terreno de juego—. ¡Ha sido un disparo, directo en la cabeza, compañeros! Está muerto, ¡joder, está muerto!
Me levanto del taburete y empiezo a recoger el rifle mientras los comentaristas hablan sobre lo ocurrido, nerviosos, asustados. Me los imagino mirando a todas partes. Cuando el arma está en el maletín apago la radio, la guardo y pliego el taburete. Me permito mirar hacia abajo, a la luz exagerada del estadio que extingue las estrellas del cielo. No sé a cuántos he matado ya, tampoco sé qué había hecho ese delantero para que alguien quisiera que le matara. No hago preguntas, solo aprieto el gatillo y cobro el dinero. Este trabajo estaba bien pagado, mi último asesinato, el que me jubilará.
© 2016 M. Floser